“Priscilla” de Coppola: fascinación simple

Priscilla, de Sofía Coppola, ya está en cartelera. Es una historia doméstica con cierto encanto y un par de momentos de lucidez.

Juliana Rodríguez Pabón
5 min readJan 16, 2024

El cabezote es muy bello: unos pies de uñas rojas que se frotan contra una alfombra, unas pestañas postizas que son despegadas de su empaque con mucha delicadeza, un primerísimo plano de un ojo que es delineado. En las películas de Sofia Coppola hay una curiosidad por un universo íntimo femenino y Priscilla no es la excepción.

Esta intimidad, inaccesible para muchos, es, ahora lo veo, la que tal vez quiso explorar Greta Gerwig en su película Barbie, aunque con mucha menos elegancia. Es difícil, sin embargo, explorar este universo íntimo sin reducir a sus protagonistas al mundo doméstico. La película de Coppola siente fascinación por lo que esconde Priscilla en su joyero al tiempo en que denuncia lo atrapada que puede sentirse la protagonista en ese espacio que a la directora le da tanta curiosidad.

La película se trata de la vida de Priscilla Presley al lado de su marido: la super estrella Elvis Presley. Como la protagonista es ella y no él, casi toda la historia ocurre en Graceland, la mansión que Elvis construyó para su madre y en la que Priscilla estaría encerrada a la espera de la llegada de su marido después de haber dejado la casa paterna.

Priscila Presley no siempre se llamó así. La película empieza cuando se llamaba aún Priscilla Beaulieu y tenía 14 años. Aún no tenía el mismo copete de su marido ni se pintaba las uñas ni los ojos. La película nos pone en problemas cuando, como a eso de la mitad, nos muestra que es Elvis el autor de eso que el cabezote nos había mostrado como esencial e íntimo. El look característico de Priscilla nace de la obediencia al marido, es un complemento de su imagen. No por eso la admiramos menos, entendemos que falta media película.

Y sin embargo, la película le teme a esta aparente contradicción e insiste en la mera fascinación sin más. Hay un montón de secuencias bonitas, de planos que se asoman a sus vestidos, a su habitación, zooms a sus tacones. Se repite la fascinación del cabezote con canciones muy bien escogidas. Estas escenas (se me viene a la cabeza en especial la escena de la piscina que parece un video doméstico filmado con una cámara súper 8) parecen cortos videos musicales que se superponen unos a otros sin dejar avanzar la historia. A veces se intercalan con escenas de los desplantes y maltratos de Elvis como para que no se nos olvide que es un mal hombre.

Priscilla escapa a esto una sola vez, en la mejor escena de la película, que dura tan solo unos segundos. Priscilla está embarazada, rompe fuente, despierta al marido y le avisa que la bebé ya viene. Él se levanta apurado a llamar al séquito de imbéciles que siempre lo rodea. Afuera se oye el bullicio del afán masculino. La cámara está detenida sobre ella, que con calma se unta la pestañina. Allí, en ese momento, en esa lentitud, Priscilla ha encontrado algo de libertad en el mundo doméstico en el que ha estado atrapada, aunque haya sido un mundo que su marido creó, es un mundo al que él no puede acceder, es de ella.

Quien conozca la vida de Priscilla Presley sabrá que el nacimiento de su hija fue determinante para que ella se cansara realmente de las infidelidades y del uso de drogas de Elvis. Aunque sucede así cronológicamente en la película, habría sido interesante ver cómo ser madre liberaba a Priscilla en vez de restringirla. No hay demasiado de esto allí, pues vuelven las secuencias bonitas sin más.

De hecho, esta es una lectura que me regaló Spencer, la película de Pablo Larraín sobre la última navidad de Diana de Gales con la familia Real. También sobre una mujer atrapada en un matrimonio con un hombre más importante que ella, Spencer sí se detiene en cómo la maternidad le permite a su protagonista imaginar una vida por fuera de ese matrimonio. En Priscilla apenas si la vemos a ella con su hija y las escenas en las que aparece son tan solo para reiterar la soledad de la protagonista.

Daniela, la amiga con la que la vi en el cine, me hace ver otro tema interesante: la popularidad de Elvis se debe, en parte, a un deseo no consumado: el de la mujer desmayada, deseante, que no puede acercársele. En la película esto tiene su espejo en el lecho matrimonial: Elvis no quiere tener sexo con Priscilla.

El cantante pasa por un período de espiritualidad en el que lee libros de los que concluye que no debe ceder ante sus tentaciones. Priscilla le reclama que ella también quiere sentirse deseada. En la escena siguiente, vemos que el Coronel le ha prohibido a Elvis la lectura de esos libros. El Coronel es el representante de Elvis, de quien él es esclavo. Priscilla oye la conversación telefónica y sonríe. Por un momento alcanzo a creer que la prohibición del coronel había sido una maquinación de ella. Pensé que, al ver que no tenía el respeto de su marido, se valdría del coronel para manipularlo. Alcancé a divisar una alianza entre el opresor de Elvis y la esposa oprimida. Pensé que veríamos, por fin, otra cara de Priscilla, menos obediente. Una vez más, la película pierde la oportunidad de sacar a su protagonista del papel de víctima.

Durante la segunda mitad de la película de Coppola, estuve esperando que la protagonista creciera o que dejara de hablar con susurros, sentí mucha curiosidad por ver a la Priscilla adulta. Esto sucede en los últimos diez minutos. Nuestra protagonista viaja a Los Ángeles, aprende karate, se ríe en las reuniones sociales, se cambia el look. Esto no se construye durante la película sino que sucede todo en una sola secuencia con una canción de Santana de fondo. Empieza una a emocionarse porque sabe que pronto abandonará al marido. Pero ya no queda mucho, la adultez de la protagonista no cabe en la película, solo la sumisión.

Como muchas otras sobre esposas esclavizadas, el último plano de Priscilla es de ella manejando un carro que se aleja de Graceland. Cuando su vida al fin comienza, la película siempre acaba.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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