“Barbie” de Greta Gerwig: un espejo vacío
Barbie fue el blockbuster del verano. Es la película dirigida por una mujer más taquillera de la historia. Escrita por su directora, Greta Gerwig, y por su marido, Noah Baumbach, está basada en la adorada, y también super vendida, muñeca de Mattel.
La película empieza muy bien. Una narradora en voz en off (Helen Mirren) nos cuenta la creación de la muñeca Barbie (Margot Robbie) y nos la presenta como una revolución en los juegos de niñas: ahora jugaban a ser sí mismas y no a ser madres. El tono rápidamente se vuelve irónico y se nos sale la primera risa en el cine: la narradora ha dicho que la barbie ha solucionado todos los problemas del patriarcado. Somos conscientes de la ingenuidad de esa afirmación y entonces nos ilusionamos, sorprendidas de que Mattel haya autorizado una película que se burla de su marketing.
La narradora, pues, nos muestra dos mundos. De un lado, está el mundo real, en el que vivimos las espectadoras. En un principio, la narradora no se detiene mucho en él, pero nosotras sabemos —podemos sospecharlo puesto que vivimos en él — que es el mundo “machista”. Del otro lado, está el mundo artificial de las barbies, el que podemos tomar, en principio, como el “feminista”. En él, todo es rosado, las barbies gobiernan y tienen toda clase de profesiones mientras que los kens son — no digamos ya que sometidos — más bien irrelevantes.
Sigue el tono irónico: si bien el mundo de las barbies parece perfecto, la verdad es que es vacío. La barbie desayuna sin comida y se baña sin agua, todos los días son exactamente iguales, nadie tiene un nombre propio. Un día, entonces, a la barbie empieza a fallarle su mundo perfecto: se cae de la casa, los pies se le apoyan enteros sobre la tierra, tiene pensamientos sobre la muerte. Volvemos a sonreír, pues ya lo hemos visto antes: a este mundo perfecto le hace falta algo. Creemos, entonces, que la curiosidad impulsará a la barbie a salir de su mundo simulado. Suponemos que conocerá el dolor, tal vez se enamorará o hará alguna amiga, aprenderá a conmoverse. Nos acomodamos en el asiento del cine.
Preocupada por ver su mundo sacudido, Barbie emprende un viaje a nuestro mundo, el real. Ken (Ryan Gosling) la acompaña. Allí ambos se dan cuenta de que en este mundo aún mandan los hombres y las mujeres viven sometidas. Es cierto que Barbie hace nuevas amigas, pues encuentra a quienes han estado jugando con ella: una madre en crisis (America Ferrera) y su hija adolescente (Ariana Greenblatt). Esta es la explicación de sus pensamientos tristes y sus pies planos.
Y, sin embargo, ya lo veremos, no es Barbie quien regresa a su mundo transformada, sino Ken. Al ver que los hombres pueden someter a las mujeres, Ken instaura un patriarcado en el mundo de las barbies. La película, pues, ubica el origen de este patriarcado en un hombre que está herido porque ha sido ignorado (tal vez ni siquiera ignorado sino más bien vagamente rechazado).
Decíamos entonces que Ken vuelve del mundo real hecho un macho estereotipado, como para reforzar la idea simplista del patriarca de la película. Esta figura de macho de la que la película pretende burlarse es absolutamente complaciente con los hombres del público: ellos no son ese macho loco por los caballos, al fin y al cabo ellos han pagado una boleta de cine para ver la película de Barbie, esto no es con ellos. No alcanza a complejizarse ni un poquito la idea del patriarca y el hombre del público no podrá verse en la pantalla, podrá reírse tranquilo.
Pensé, después de verla, que la película no les gustaría a muchos hombres, pues no querrían sentirse aleccionados (sabemos que esto no les gusta). Y sin embargo, las reacciones han sido las contrarias: han salido satisfechos e instruidos, felices de haberse sabido aliados de la lucha feminista, habiendo hecho con la sentada en el cine su parte en la caída del patriarcado.
(Hay que decirlo: sí existen y se han hecho antes películas que, sin ser marketing del feminismo, complejizan y escarban en la figura del patriarca. Es el caso, entre otras, de El Padrino, de la que la película quiere burlarse (mentira: soy injusta. La película de Gerwig no se burla de la de Coppola, sino del hecho de que a los hombres les encante y pretendan siempre explicárnosla; lo cual, debo admitirlo, sí es chistoso)).
De vuelta al mundo artificial, Barbie se da cuenta de lo que ha instaurado Ken. Escandalizada, quiere recuperar el mundo vacío de antes como si ese fuera realmente — ya sin ironía — el de la mujer emancipada: un mundo en el que no duele usar tacones porque el pie de las muñecas está hecho a la medida de un tacón. Nosotras las del público sabemos que no es así, así que empezamos a extrañarnos. Poder ser presidentas o ganar premios Nóbel, si bien es lo justo, no es sinónimo de feminismo ni de la caída instantánea del patriarcado (pensábamos que eso estaba claro al principio, pues las narradora así nos había hecho reír). Sabemos que el feminismo es imaginar un mundo distinto, no invertir en el que vivimos; nos hemos esforzado por dejar esto claro.
Barbie no quiere cambiar su mundo, quiere recuperarlo. Para hacerlo, ella y sus amigas nuevas, las humanas y la barbie rara (ah: y los aliados (el gay y el feo)), deben despertar (en inglés: “to woke”) a las barbies cuyo cerebro ha sido lavado por los machos. Este despertar funciona también como un lavado de cerebro: las raptan, las encierran y les repiten un discurso hasta que, por arte de magia, las barbies entran en razón. Si para este punto de la película el tono fuera el mismo del principio, esta sería una crítica inteligente y entretenida del wokismo. Sorprende que estas escenas sean en serio y no en chiste.
Incluso en el momento en que parece que habrá una conversación entre las amigas, cuando Barbie por fin llora —momento de crecimiento para cualquier muñeco que quiera convertirse en humano — , el discurso de Gloria funciona como un interruptor. Al oír la retahíla del feminismo, el patriarcado se desactiva en la cabeza de Barbie, las inseguridades desaparecen y se vuelve a sentir poderosa. Como el activismo de Twitter o como la película misma, basta con repetir el discurso aprendido para sentirse bien consigo misma.
Hay otro discurso que funciona del mismo modo: el de la publicidad. Compramos un producto porque hemos visto muchas veces la misma propaganda, opera en el cerebro por un mecanismo de repetición. El feminismo de Barbie (acá me refiero a la película y no al personaje) imita al marketing de Barbie (el producto de Mattel). Durante la película nos recuerdan forzadamente los otros productos de Mattel con una rigurosidad absurda (“a esta la descontinuaron”, “este no pegó”), nos presentan al CEO de Mattel (Will Ferrell) para hacer una falsa autocrítica y a la creadora de Barbie (Rhea Perlman). Nos damos cuenta en el cine que estamos ante el rebranding de una marca: “sabemos criticarnos”, “nos reímos de nosotros mismos”, “empoderamos a las mujeres”.
Hacia el final de la película, Gloria propone crear una barbie ordinaria. El CEO de Mattel rechaza la idea, pero luego la toma en cuenta cuando le dicen que puede ser rentable. La idea de Gloria, como el feminismo rosa y como la película de la barbie, es valiosa solo en tanto es rentable, solo en tanto puede ser puesta al servicio de la empresa, solo en tanto se pueda publicitar.
Como en el espejo vacío de la barbie, con este rebranding Mattel hace como si se viera a sí mismo, pero en realidad se está mostrando, se está publicitando.
Finalmente, hay un enfrentamiento (unas elecciones democráticas, en realidad) entre barbies y kens. A este enfrentamiento, la película parece responder con lo que muchas hemos oído: “ni machismo ni feminismo”. Vemos al final a un Ken derrotado que es consolado por Barbie. Vemos con asombro cómo Barbie le pide perdón a Ken por haberlo “dado por sentado”, le dice: “no todas las noches tenían que ser noches de chicas”. Le da un discurso que lo libera (“tú no eres solo tu novia, encuentra quién eres”). Nosotras en el público no sabíamos que era Ken quien era víctima de la invisibilización. Al final, pues, la única transformación que deja Barbie en su mundo es una que propende por prestarles más atención a los hombres; así salva a su mundo del patriarcado.
El orden es restablecido en el mundo perfecto de las barbies y parece entonces que desayunar sin comida y caminar de puntitas era lo deseable.
Pero la película no podía, después de haber ridiculizado el mundo rosado al principio, dejar a su protagonista viviendo allí. Así que para nuestro alivio, Barbie derrama una lágrima y se vuelve de carne y hueso. La última línea es muy buena y habría sido un muy buen nudo de la historia. Lástima que la película no iba a atreverse a tanto.