Historias de amor en “The Crown”
En diciembre terminó de salir la última temporada de The Crown, la serie de Peter Morgan sobre el reinado de Isabel II, el más largo del Reino Unido.
Desde la primera temporada, cuando una joven Isabel asciende al trono en los años cincuenta del siglo pasado, la amenaza del final de la monarquía acecha a la familia Real en The Crown. La serie empieza y termina con matrimonios. Primero, el de Isabel con Felipe, quien venía de una monarquía en decadencia, la griega, a advertir sobre la modernización del mundo y el final del sistema monárquico como lo conocían. Luego, el del entonces Príncipe Carlos, ahora rey del Reino Unido, con Camila Parker, quien ni siquiera tiene sangre Real. Así es que durante las seis temporadas que duró la serie de Netflix, parecía que la realeza estaba cerca de su extinción.
Como cualquiera bajo la amenaza de extinción, los miembros de la familia Real intentaron siempre sobrevivir. Para algunos, su supervivencia dependía de su capacidad de adaptación a los cambios. Para otros, a los que la serie solía darles la razón, su supervivencia dependía, más bien, del elemento divino que los había puesto allí en un primer lugar. Este era el parecer de la reina Isabel II, quien abogaba por la protección de lo sagrado de su cargo, del misterio que ungía su función y su sentido del deber. Esto es lo que la separaba de sus súbditos y lo que justificaba su existencia.
La serie, pues, se mueve entre lo sacro y lo humano de sus personajes. Así como escarba en lo que nos separa de ellos, también quiere acercarnos. Así pues, lo que tienen ellos en común con nosotros, el resto de mortales, además de haber nacido todos de una madre, es, por supuesto, haberse enamorado alguna vez.
La princesa Margarita y Peter Townsend
Esta historia de amor sucede especialmente durante las primeras dos temporadas de la serie, pero en la quinta vuelve a hacer una aparición nostálgica, cuando ya ambos personajes están viejos. La princesa Margarita es la hermana menor de Isabel. Desde joven tuvo una relación con Peter Townsend, un caballerizo de su padre. Esta relación, por supuesto, era secreta y prohibida. Townsend era un hombre casado y mayor que ella, además de ser un empleado de la Corona.
Muchas veces pareció que tal vez podrían casarse, pero la reina nunca lo consintió. En la penúltima temporada, Peter Townsend y Margarita tienen un último encuentro antes de la muerte de él y confirman que aunque los dos estuvieron casados con sendas parejas, nunca dejaron de amarse. Él le entrega todas las cartas que ella le escribió cuando estaban separados y aún insistían en estar juntos. Cuando no ha habido matrimonio, las cartas son una marca, son la evidencia, con firma, de que hubo una relación. La correspondencia es la prueba de que el amor alguna vez fue correspondido.
Nos damos cuenta, entonces, de que tal vez ha sido la imposibilidad lo que ha hecho que este amor perdure. Efectivamente, si el primer amor es un amor prohibido, será un amor para siempre. Se sostendrá en un ideal: como no ha habido matrimonio, no ha habido convivencia. Solo ha habido escritura de cartas, los enamorados son autores del otro. Así, los enemigos de su amor son los otros, los que lo prohíben, no ellos mismos, no el amado. Tras ver el cuarto episodio de la quinta temporada, en el que los dos enamorados se encuentran después de 40 años, llegué a creer incluso que son los amores a los que se les dan muchas oportunidades los que tienden a extinguirse.
Diana, Carlos y Camila
Parecido fue el caso del príncipe Carlos de Gales con Camila Parker: se enamoraron cuando eran jóvenes y no pudieron estar juntos. La reina, más madura y aprendida cuando esto sucedió, no prohibió el matrimonio de estos dos del mismo modo en que prohibió el de su hermana. Más bien manipuló a los dos jóvenes para que se casaran con quien más les convenía.
Como para Margarita y Peter Townsend, la prohibición del amor de juventud motivó a Carlos y a Camila a insistir en su unión: ocurrió el adulterio. En el quinto episodio de la quinta temporada, tras el anuncio de la separación de Carlos y Diana, se filtra a los medios una conversación sexual entre Carlos y Camila. En la llamada, Carlos desea vivir en los pantalones de Camila. Todo el país la escucha. Después de enterarse, la princesa Ana le dice a su hermano Carlos: “Cuando me saqué las manos de la cara y los dedos de la garganta, quedó un residuo algo sorprendente, pues me conmovieron dos adolescentes de cierta edad [acá Carlos y Camila tenían 41 y 42 años] tan gloriosamente humanos y totalmente enamorados. Solo por eso, mereces algo de crédito”.
Es difícil, pues, creer que la ternura de quien desea ser un tampón para estar dentro de la amada nazca del mismo corazón de quien trata con crueldad a su esposa. Carlos envidia a Diana, le enerva su patetismo y no puede entender su conexión con la gente. La trata con crueldad y no pierde oportunidad de recordarle que nunca la amó, que se casó con ella porque su madre así lo quiso.
Carlos admira a Camila, escucha siempre su consejo, mas no tiene nada que envidiarle. Tal vez por eso es que la ama a ella y no a Diana. La princesa de Gales sabe posar para los fotógrafos aunque lo deteste, los sabe seducir. Es popular e influyente. Aunque lo haga por despecho, domina la teatralidad que se requiere para dar entrevistas y llenar tabloides. Ese dramatismo es el que alguna vez fue la vocación de Carlos, quien quería ser actor de teatro cuando era un estudiante universitario. Esa teatralidad fue otro amor de juventud que su madre reprimió. (Acá algo que escribí sobre la envidia que Carlos le tiene a Diana).
Entonces, en otra contradicción amorosa, aunque Carlos la ame precisamente porque no debe competir con ella por el amor de la gente, se frustra porque el pueblo no adora a Camila. En la última temporada, los enamorados llegan incluso a contratar un servicio de publicidad para mejorar la imagen de Camila. Carlos es el miembro de la familia que más se esfuerza por entender a su pueblo. Y sin embargo es el que menos lo entiende. La popularidad de Diana le es incomprensible y le frustra que su deseo y adoración no coincida con el de sus súbditos: el país no quiere a Camila como sí adora a Diana.
Así es que no solo nacen la ternura y la crueldad del mismo corazón enamorado sino que una es causa de la otra, eso hace el amor. La admiración que Carlos siente por Camila solo aviva la envidia que le tiene a Diana. Lo blando que es con una lo endurece con la otra. Lo vemos ser un joven sensible y un hombre frío.
Cuando la reina por fin le concede el divorcio a Carlos y a Diana, ya no hay razón para ser cruel. Aunque la enemistad entre los exesposos perdura un poco más (de nuevo, por el amor del pueblo), terminan por hacer las paces. Y entonces queda solo el adolescente enamorado. En el cumpleaños número 50 de Camila (en el primer episodio de la última temporada), bailan “Young hearts run free”. Por fin son jóvenes y bailan como si estuvieran aprendiendo.
En el último episodio de la serie, Carlos y Camila por fin pueden casarse. Tenían 56 y 57 años. La reina tiene pensado anunciar su abdicación el día de la boda pero se arrepiente a último momento. Le regala a su hijo una bendición tardía de un amor de juventud, pero no le hereda la Corona. Carlos lo recibe con satisfacción. Es el primer rey divorciado y el más viejo en subir al trono británico (con 74 años el año pasado). La monarquía británica sigue sin extinguirse aunque haya perdido relevancia. Continúa la amenaza de obsolescencia pero el amor perdura y tal vez es ese el misterio divino que tendrían que proteger.