Villanía y perreo

Ema, la nueva película del chileno Pablo Larraín, me impresionó y me confundió mucho. Convertí la conversación que tuve con Emilia, con quien vivo y conspiro, en este texto.

Juliana Rodríguez Pabón
4 min readMay 9, 2020

Es casi el colmo que la primera escena que yo haya querido discutir con mi amiga es en la que más se habla, pues las escenas más bellas de Ema son en las que se baila. Por otro lado, es apenas normal que haya elegido para empezar nuestra conversación esa escena, en la que un hombre es ridiculizado. En ella, Gastón, el coreógrafo de una compañía de baile en Valparaíso, intenta explicarles a sus bailarinas por qué desdeña el reguetón y el baile callejero que ellas adoran. Les explica qué las oprime y qué las libera; les explica, como si ellas no supieran ya, que se trata de una música fácil que les dice constantemente “no-pien-ses”. Gastón no ha entendido hasta entonces que lo que a ellas les interesa del reguetón es, precisamente, la emancipación de la razón, que es lo que para él es liberador.

Al argumento antireguetón, una de ellas responde que a ellas las mueve la vida, el orgasmo. Pero mejor que lo que dice, es el beso que luego se da con Ema, la protagonista de esta película. Con ese beso, lo excluyen a él de su deseo y le hacen ver que se ha excluido él mismo al desdeñar el baile de la calle. Ellas, en cambio, están entregadas al movimiento, al sexo, al cuerpo.

Ema y Gastón habían adoptado un hijo. Después de que el niño hubiera ocasionado un accidente gravísimo, la pareja decide devolverlo, entregarlo de nuevo en adopción. Esa es la herida que ambos tienen abierta y que están exponiendo (¿exhibiendo?) a lo largo de la película.

Le digo a Emilia que pensé en ella cuando vi la película porque sé que le gustan las mujeres malas y Ema es perversa. (Nótese también la cercanía entre el nombre de Ema y el de Emilia, que es la otra razón por la que la pensé mientras la veía). Ema está desesperada por volver a ver a su hijo y entonces planea un complicado plan que consiste en enamorar a los nuevos padres del niño, a ambos. Así, al final todos se ven obligados a vivir juntos en la misma casa, caen todos en su telaraña y ella puede criar al hijo que antes ha adoptado y al que también ha renunciado.

Me impresiona que para Ema baste con proponérselo para enamorar a todos. Emilia me hace ver, entonces, que si bien está entregada al movimiento y al cuerpo, Ema es calculadora en su manipulación. Aunque está guiada por el deseo y la emoción, su villanía se aleja del lugar común de la mujer loca. Pienso que esto puede traducirse también al baile, que es corporal pero no por eso menos ensayado.

Me dice Emilia que el plan de Ema pasa por una consideración moral que se discute con las amigas. En efecto, Ema baila siempre en grupo. Como imagino que se planea una coreografía, ella y sus amigas acuerdan que cualquiera cometería un crimen por las otras. Ponen en marcha, entonces, el plan para hacer lo que creen justo. Este retorcido plan es un embrujo perfecto entre sensibilidad y cálculo, como el reguetón y el baile callejero, que Gastón no entiende, pues es coreógrafo y no bailarín (y es, además, uno de los embrujados, víctima de los engaños de las mujeres).

Aunque haya escrito acá que Gastón no entiende nada, lo cierto es que no es tan sencillo como eso y que me parece un personaje complejo y bellísimo. La crítica de Ema no se siente fácil y está, además, actualizada. Las contradicciones de Gastón son reales: él ha intentado entender algo, expone su herida. En este sentido, Ema (y acá me refiero a la película pero también al personaje y quizás también a mí misma bajo el nombre de mi amiga) me parece utopista, pues sí espera algo de los hombres, se imagina a un hombre abierto en dos, ensayando con el baile una idea, un movimiento.

He dicho antes que al final se ven todos obligados a vivir en la misma casa con Ema, pero no es cierto. No están obligados, creo. Están ellos también tan envueltos en ese hechizo de emoción y coreografía al que los ha invitado ella con su baile, que ese deseo se sobrepone a la razón o a la verosimilitud y terminan, entonces, todos juntos. Al final, la villana era una madre y la telaraña que tejía era una casa.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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