“Tár”: manipulaciones del tiempo

“Tár” es la última película de Todd Field, protagonizada por Cate Blanchett y nominada al Óscar en la categoría de Mejor Película.

Juliana Rodríguez Pabón
13 min readMar 8, 2023

Quiero empezar este texto con una pregunta que no suelo hacerme en este blog, pero que Lydia Tár les propone a sus estudiantes y a los músicos que dirige: ¿Cuál creemos que fue la intención del compositor con esta pieza? No suelo hacérmela porque es difícil saber con certeza qué quiso hacer cada quien cuando compuso, escribió o inventó algo. La pregunta por la intención, además, a veces no podría responderla ni siquiera el propio compositor, mucho menos sus intérpretes o sus escuchas. Sin embargo, una respuesta rápida a esta pregunta aplicada a Tár, la nueva película de Todd Field, podría ser tal vez que su director quiere demostrar un punto sobre un tema actual: la cancelación. Este es tan solo uno de los temas de la película, pero es el más comentado, así que bien haré en salir rápido de él.

Las trampas de Tár

Tár, resumida escuetamente, trata la caída de Lydia Tár, su protagonista, desde la cumbre de su carrera. Tár es la directora de la filarmónica de Berlín, da clases en Julliard y entrevistas al New Yorker. Además, es una mujer lesbiana cuya pareja es el primer violín de la orquesta que dirige. Juntas viven con Petra, su hija.

Antes de ser ella misma cancelada, la vemos dar sus opiniones sobre este tema. Una de las primeras secuencias de la película es en la que Tár da una clase de conducción. Ella le propone a un estudiante que escoja una pieza de Bach para dirigirla, a lo que él le responde que como persona bipoc (sigla que en inglés se usa para referirse a los negros, indígenas y personas de color: “black, indigineous and people of color”) y pangénero se opone a interpretar la obra de un compositor misógino; en otras palabras, ha cancelado a Bach. Tár, para intentar persuadirlo, interpreta en el piano una pieza de Bach en distintos tonos y tiempos. Le explica que la humildad del compositor, cuya pieza puede interpretarse de muchas maneras, es algo de lo que él podría aprender como conductor: a dejarse someter por la pieza musical e interpretarla incluso por sobre su propia identidad. El estudiante, inseguro y tímido, rehúsa interpretar a Bach y solo atina a responder, ante la elocuencia de la maestra, con lo mismo de antes: no va a ejecutar la música de un hombre misógino.

El personaje del estudiante no es irreal. Sus argumentos pueden leerse en Twitter y supongo que pueden oírse sobre todo en las aulas de clase de las universidades norteamericanas. Que este no se atreva ni siquiera a apreciar la música que interpreta Tár en el piano deja ver que, en efecto, al cancelar a Bach, se está perdiendo de algo, es incapaz de escuchar.

Y sin embargo, esta es una escena que me pareció tramposa. Es fácil demostrar un punto si invento un personaje elocuente al que le escribo diálogos inteligentísimos y lo pongo a debatir con una caricatura que solo atina a repetir la misma consigna una y otra vez (aun cuando la caricatura sea real). Creo que la película dejó pasar la oportunidad de inventar un contendor, si no a la altura, al menos con el mismo ímpetu de Tár. Habría sido una escena más balanceada y, a mi modo de ver, que he visto muchas veces estas peleas en redes sociales, más estimulante. Podría haberse tomado un poco más en serio lo que quería criticar, pues por algo es el discurso imperante, habría que observarlo con más cuidado.

La película, en todo caso, no intenta ocultar sus contradicciones ni la hipocresía de su protagonista. Enseguida, para dar una lección sobre humildad en la interpretación musical, Tár da una demostración de arrogancia y humilla a su estudiante. Lo ataca con sus argumentos y sube las escaleras del salón para así, incluso con él en el escenario, quedar por encima de él. Director y maestra manipulan la escena para ganar.

Otra trampa que nos pone la película (que es trampa solo si consideráramos que la cancelación es su único tema, por ahora el único de este texto) es la de estar protagonizada por una mujer. Esta provocación (que, de nuevo, solo lo es en cuanto al asunto de la cancelación, pues el ser mujer de la protagonista no es gratuito) es un arma de doble filo. Por un lado, escapa en cierto sentido del debate feminista y nos permite pensar en las complejidades del asunto.

A media película, una becaria y antigua discípula de Tár se suicida. Hemos sabido de ella antes por la asistente y actual protegida de Tár: le cuenta que ha estado enviando correos desesperados que Tár le pide que ignore. La película es ambigua sobre la relación de Tár con sus protegidas. Si bien podemos sacar conclusiones por las pistas que nos da en sus sueños y en los correos que enviaba a orquestas, nunca vemos en la pantalla qué es lo que ha pasado entre ellas. Esta ambivalencia es posible solo porque la maestra es una mujer. Soy consciente de que de haber sido un hombre, yo hubiera condenado desde el principio al protagonista, desde aquel primer coqueteo con una admiradora de su trabajo en la segunda escena. Por supuesto, este no es un simple prejuicio mío; en efecto, son los hombres quienes suelen abusar de su poder y esta prevención es justificada. Pero también es cierto que son los hombres quienes suelen tener poder. Entonces que Tár sea una mujer sí permite que pensemos en este tema más allá de los sexos.

Sin embargo, al mismo tiempo, creo que el tema del sexo no se puede obviar cuando pensamos y discutimos sobre el abuso de poder y las relaciones transaccionales. Imaginar a Tár como una mujer sí da una nueva perspectiva sobre la cuestión pero corre el riesgo (y tal vez este peso no debería caer sobre la película sino sobre quienes la vemos) de librar de culpa a los hombres y achacar su violencia solo al poder. Este es un riesgo que la película quiere tomar, pues me hace atreverme a preguntarme si los hombres son abusivos por ser hombres o por ser poderosos, ¿es acaso Lydia Tár una mujer masculina?, ¿es esa la masculinidad? Cualquier cosa que me animara a responder acá sería, obviamente, reduccionista.

Tár cae también ella misma en una trampa. Cerca del final, cuando ya los rumores sobre su relación con Krista, la becaria que ha muerto, llegan a oídos de su pareja, esta le recuerda que todas sus relaciones han sido transaccionales. A Lydia le parece cruel esta afirmación y su pareja le da ejemplos claros de que así es. Es un juego que no solo ella sino también sus discípulas han sabido jugar, pues es “como funcionan las cosas”. Esto se sale del discurso del victimismo que repetiría el estudiante ofendido de la clase del principio. Y al mismo tiempo, al final, derrotada, Tár parece sorprendida por lo que le ha pasado, así como con la afirmación de su esposa. Nos sorprende a nosotros, pues, también, que ella no fuera consciente de estar jugando y sacando provecho de estos juegos de poder.

Infancia, juventud y decrepitud

Cuando su caída es inminente, Lydia Tár visita su casa de infancia. Allí ve unos videos de un hombre que afirma que la música “no es de si bemoles” sino de emociones, que es para todo el mundo. No son videos de un discurso erudito sino más bien tierno e incluyente, opuesto a lo que imaginamos que enseña Tár en sus clases; y sin embargo, podemos asumir, por sus lágrimas, que son las palabras que la inspiraron de niña a emprender una carrera en la música.

En esta visita, nos enteramos de que Lydia se llamaba antes Linda. Podemos entonces imaginarnos lo que ha tenido que hacer para llegar a donde había llegado: lo mucho que habría cuidado, trabajado y transformado su imagen. Vemos que ha negado su origen familiar y que ha querido proteger la imagen sofisticada y elegante que ha construido de sí misma.

No debería extrañarnos, pues, su fascinación por Olga, la nueva chelista de la filarmónica. Después de salir de cine, el amigo con quien la vi me dice que la atracción de Lydia por Olga no tendría que ser necesariamente sexual. A riesgo de que esta sea una lectura ingenua, me atreveré a hacerla para no reducir la película al tema de la seducción entre profesores y estudiantes (o tal vez justo para hablar de ello).

Olga es una joven chelista rusa. Es burda y poco elegante. Se viste, de hecho, como también podría vestirse el estudiante bipoc pangénero. Vive en una suerte de ocupa de Berlín. Es muy talentosa pero no sabe de todos los músicos que Lydia menciona en el almuerzo en el que se conocen y no teme admitir su ignorancia. Sí sabe, en cambio, como podríamos suponer que también sabría el estudiante del principio, qué mujer revolucionaria almorzó en el restaurante en el que están. Come con la boca abierta. Y Lydia está fascinada con ella.

Olga no se avergüenza de su origen ni del barrio en el que vive. No está preocupada por su imagen de la forma en la que suponemos tuvo que preocuparse Lydia. Olga, además, la rechaza cada vez que puede y no le demuestra demasiada admiración. Esto desconcierta a Tár al tiempo en que aumenta su intriga. Puede haber, pues, algo de envidia en su fascinación; de curiosidad por quien no demuestra interés en entrar en los juegos que exige este mundo para ascender, por quien no puede ser fácilmente manipulada. Lydia entonces persigue, tal vez con la pretensión de absorberlo, esto de lo que ella carece: esa fuerza, esa desvergüenza, esa juventud.

Empieza pues a beneficiar a Olga, acomoda una pieza a su beneficio y le consigue un solo; lo que levanta las sospechas sobre su relación con sus protegidas. Al tiempo en que esto ocurre, las llamadas a la puerta de su estudio se vuelven más frecuentes. En una de ellas, la vecina le pide que le ayude a levantar a su madre anciana, que se ha caído de la silla de ruedas. Tár acude al apartamento de al lado y se encuentra con una escena que la asquea: una mujer desnuda y decrépita está botada en el piso. Ayuda a la vecina y corre a su casa a lavarse todo el cuerpo. En esas, ante esa irrupción de la muerte en su estudio mientras su carrera parece entrar en declive, Olga toca a la puerta. Y entonces, Tár recupera la ilusión de poder manipular el tiempo, como ha dicho que hacen los directores de orquesta.

La desfiguración

Un día, después de haberla dejado en su casa, Tár persigue a Olga. Entra al sitio en el que vive y se da cuenta de que es un lugar abandonado. No se devuelve sino que sigue recorriendo el sitio. Un perro empieza a perseguirla y ella, al intentar huir de él y salir del lugar, se cae y oímos el tronar de su cara contra el asfalto. El rostro queda desfigurado. Después de esto, empezarán los problemas.

Las sospechas y los rumores aumentan luego de que su asistente renuncia y desaparece. Luego sabremos que ha develado los correos de Krista que Tár le había pedido ignorar y luego borrar. Lydia parece sorprendida por esta traición, como si ella misma no hubiera manipulado antes la imagen de Krista: ya para este momento sabemos que Tár ha estado advirtiendo a las orquestas sobre Krista, ha dañado su reputación, le ha hecho mala fama.

A esto se suma un video en el que han tergiversado su discurso en la clase de Julliard. Si bien el video usa sus palabras, está editado de tal modo en que parece que ella dijera algo que no dijo. Quien ha editado este video juega con el tiempo y el orden en el que Tár dijo lo que dijo para dañar su imagen. Ella, con la cara herida, debe dar explicaciones a sus superiores.

Pero la aparición más monstruosa de Tár es tal vez cuando ya su cara ha cicatrizado un poco (aunque no por completo) y se sabe del todo derrotada. Cerca del final, decide irrumpir en el escenario y derribar al director que la ha reemplazado. En esta escena, vemos su cara desfigurada por las luces del escenario y por el gesto de ira desesperada al salir por entre los músicos.

Manipulaciones del tiempo

Ya he dicho que quien haya editado el video que tergiversa sus palabras manipula el tiempo. Esto es lo que, también ya lo ha dicho Tár en su clase y en la entrevista del principio, puede y debe hacer el director de orquesta: entender la intención del compositor y saberla interpretar, esto es acelerar o hacer más lenta la pieza musical, subir el volumen de uno u otro instrumento, añadir un silencio, someterse a la voluntad del otro al tiempo en que hace una lectura activa de lo que ese otro compuso.

Esto hacen también los directores de cine: editan para nosotros los acontecimientos que han imaginado. El salto de una secuencia a otra es un salto en el tiempo que deja por fuera de la pantalla algo que permanecerá oculto para nosotros los espectadores. Todd Field, director de esta película, sin duda ha manipulado el tiempo y se nota en el ritmo, que cambia a medida en que avanza. Al principio, nos muestran casi cada detalle de la vida de Tár: la entrevista completa para el New Yorker, el lobby de la entrevista, la clase entera de Julliard, el almuerzo con su maestro, incluso los trayectos de un lado al otro. Luego, a medida en que Tár se mete en problemas, los eventos están más y más editados, su despido y su separación están a penas sugeridos con secuencias que duran segundos. El viaje del final, que en un momento comentaré, queda casi injustificado, no sabemos cómo llegó allá.

Esto puede ser un comentario, claro, sobre la cancelación: esta persona queda cada vez más reducida a de lo que la acusan y menos a su trabajo y a sus opiniones. Además, llama la atención sobre los vacíos en la historia, sobre los que nadie parece preguntarse cuando un poderoso ha sido acusado de algo. Al ser del género del suspenso, la película nos hace preguntarnos por esos vacíos y con esto explota nuestra intriga, queremos saber más sobre lo que ocurrió con Krista. Y sin embargo, los superiores de Tár no están interesados en estos vacíos, tienen una acusación y esa es la historia completa para ellos.

Pero además de esto, la edición de los acontecimientos en la película da cuenta del verdadero poder del director de cine, del de orquesta y del que tenía Tár: manipular el tiempo y con esto su imagen y la de los demás. Esto, sin embargo, es también el poder que tienen los demás sobre ella y entonces esta película puede tratarse, pues, sobre la identidad. Tár critica a su estudiante por reducir a Bach a sus características raciales y sexuales (un hombre blanco) y juzgarlo con sus propios valores morales (cancelarlo por misógino), y le advierte que de hacerlo, podrá él también quedar reducido en un futuro. Con esto, hace una crítica de las categorías con las que antes el estudiante se ha identificado: bipoc y pangénero. Y sin embargo, ella ha construido también una identidad propia, una imagen que, ahora lo sabemos, exigió a su familia que respetara tal como el estudiante lo hizo con ella (al volver a la casa de la infancia, el hermano le pide perdón por llamarla, por equivocación, Linda y no Lydia, el nombre que ella misma se ha puesto). A Tár, justamente, le ocurre lo que ella advierte en su clase.

Así, Tár, que abusa de su poder a veces sin saberlo, debe darse cuenta de que los otros pueden también ejercer ese mismo poder sobre ella. Al seducir a sus discípulas, les está revelando un secreto sobre sí misma que ellas podrán usar luego para destruirla. Al humillar a su estudiante, se somete a la tergiversación. Y así, estas manipulaciones (del tiempo, de las palabras, de los otros) pueden ocurrir en todos los sentidos, no son un privilegio de la directora de orquesta, cuya mayor ingenuidad fue creer que estaba exenta de ser también manipulada.

El final

Después de ser despedida, Lydia Tár debe irse de Berlín, pues no conseguirá trabajo ni allá ni en Nueva York. Termina en un país tercermundista del Sudeste asiático. Dirige también una orquesta, pero vemos que lleva una vida mucho más austera sin la celebridad ni el respeto de antes.

Un día va un local de masajes, una suerte de spa. La mujer de la recepción le pide que escoja su masajista entre un grupo de chicas expuestas en una vitrina del mismo modo en que una orquesta estaría dispuesta en el escenario. Lydia está confundida sobre lo que debe hacer, se para frente a la vitrina como lo ha hecho toda su vida enfrente de los músicos. Todas están arrodilladas mirando hacia abajo, excepto una, que alza la mirada y la ve fijamente. Tár, confundida, ha alzado una mano y desde la perspectiva de la recepcionista, que es la de la cámara, parece que estuviera señalando a una de las masajistas. La recepcionista le pregunta “¿ella?, ¿la número 5?”. Lydia se va del local y vomita en la calle. Se siente asqueada; ha escogido, sin darse cuenta, a la masajista que la ha mirado.

No creo que la película esté interesada por preguntarse si el castigo es merecido. El viaje a Oriente no es, ni siquiera, presentado como un castigo. El castigo ha sido tal vez el despido y la separación de su esposa y de su hija, a los que la película no dedica mucho tiempo. El viaje, en cambio, parece otra cosa que yo no he alcanzado todavía a entender. En este nuevo lugar hablan otra lengua y ella puede ser otra, ese es, tal vez, el atractivo de vivir allí, la disolución de su identidad. En este nuevo lugar no la persigue su imagen anterior, antes prestigiosa y ahora desprestigiada.

En la genial escena final vemos a Lydia Tár entrar a un nuevo escenario, este más oscuro. Ella, nos daremos cuenta, no es el centro de esta presentación. La directora de orquesta no tiene un papel protagónico en este evento. Ya fuera de foco, en un rol más modesto, como ella le ha aconsejado al estudiante del principio, vemos su cara cicatrizada.

El último encuadre de la película recae sobre nosotros: un público enmascarado.

--

--