Series de crimen 2017: Mindhunter
*escrito en enero de 2018
A finales de la década de 1970 dos agentes del FBI emprenden un proyecto de investigación en el que se reúnen con asesinos en serie y estudian su comportamiento para así poder explicarse de alguna manera, y más tarde prevenir, la que para ellos es una nueva tendencia en el crimen. Mindhunter está llena de lugares comunes. Los agentes son la pareja que ya se ha visto muchas veces: el joven emocional e idealista que cree poder cambiar el sistema — el agente Holden Ford, interpretado por Jonathan Groff — y su compañero experimentado, escéptico y apaleado — el agente Bill Tench, interpretado por Holt McCallany — . Luego se une a su equipo la Doctora Wendy — interpretada por Anna Torv , antigua conocida de Bill, por la que Holden se siente atraído a la vez que intimidado. Paralelo a las entrevistas con los asesinos, se nos muestran algunos detalles de la vida personal de los investigadores, sobretodo de la de Holden, quien sostiene conversaciones con su novia acerca de su trabajo.
Los diálogos, especialmente los de Holden, son muchas veces demasiado literales. Dice, por ejemplo, en tono de estar teniendo una epifanía: “el crimen está cambiando”, como si las personas notaran tan fácilmente en su propia época el cambio de un fenómeno. En efecto, el crimen en Estados Unidos sí cambió durante los setenta: el revuelo mediático alrededor de los asesinos en serie era impresionante, había, como hay aún hoy, una idealización de estos personajes que suponían un misterio para todos los ciudadanos y, supongo, para los agentes del FBI que debían investigarlos. Es por esto que a pesar de, o, más bien, gracias a sus diálogos forzados y explícitos, veo en Mindhunter una serie curiosa, y honesta en su curiosidad. La serie se plantea preguntas sobre la justicia y la condición humana y pone, por esto, a sus personajes en dilemas y en problemas que parecieran no tener salida. Pareciera que ni los escritores de la serie tuvieran la solución.
Los dos agentes se ven enredados en situaciones que son a veces cómicas. Hay algunos clichés obvios (la toma desde el interior del baúl, o la elección obvia de la canción “Psycho killer” de los Talking Heads cuando obtienen algo de sus jefes). La serie pareciera estar consciente del lugar común y se burla de sus personajes. A ratos parecen caricaturas, sus rasgos (la ingenuidad de Holden y la amargura de Bill) están exagerados, son torpes y poco elocuentes, no saben muy bien qué es lo que les causa intriga y algunas situaciones son llevadas al absurdo. Holden, por ejemplo, se emociona y se pone nervioso cuando va a entrevistar a uno de los asesinos que más lo obsesiona. Parece, en esta escena, un grupie que va a conocer a su ídolo. Es una serie honesta, se está preguntando sobre la mente criminal, igual que Holden y Bill, sin saber bien qué va a encontrar. En las conversaciones de Holden con su novia, una socióloga que le da cátedra en un bar, ella, que es también un cliché en sí misma, parece tener una perspectiva desde la que puede criticar la investigación e incluso burlarse: a veces no se la toma en serio. Le pregunta una vez a Holden por qué es siempre la madre (”why is always the mother?”) haciendo referencia al complejo de Edipo que Holden cree haber descubierto en uno de los asesinos. Lo mismo ocurre con las discusiones entre los tres investigadores: están en desacuerdo en cómo deben entrevistar, en cómo deben interpretar las entrevistas, etc. Es como si entre los personajes se estuvieran diciendo lo predecibles que son. Pero esto, en vez de desenmascararlos, los complejiza, les quita capas y capas. Se desafían entre ellos a buscar una verdad mejor, y es como si la serie se desafiara, capítulo a capítulo, a mejorar. Es un policial preguntándose cómo debe ser un policial, cómo contar el crimen.
Como las conversaciones entre Holden y su novia, hay otras líneas narrativas que se desarrollan en paralelo con las entrevistas. Estas ayudan a este efecto de absurdo que da la serie. La idea de entrevistar a los asesinos en serie para entenderlos parece tener mucho sentido al principio y el personaje de Holden argumenta muy bien por qué esta es una buena idea, al punto de que convence a Bill y a sus jefes (y con ellos al espectador) de abrir la investigación. Luego, vemos que Bill tiene un hijo al que no le puede sacar ni una palabra y al que no entiende para nada por mucho que intente hablar con él. Dicen también, por ejemplo, que la investigación y la construcción de perfiles ayudará a prevenir luego este tipo de crímenes. Luego, cuando se presenta la oportunidad de prevenir un crimen debido a la conducta inapropiada de un profesor, Holden no sabe qué hacer, parece absurdo arrestarlo si no ha hecho nada. Es como si la serie nos convenciera de una verdad y luego nos la derrumbara, desafiando así a sus personajes a encontrar una mejor solución (que, como ya dije antes, tal vez no exista). Se pregunta para qué investigar a estas personas, cómo podría prevenirse, y si la causa de su conducta es el mismo sistema de justicia, qué podría hacerse.
Sin embargo, Mindhunter está lejos de ser una comedia. Es oscura y da miedo. Las escenas de las entrevistas con los asesinos, sobre todo con Ed Kemper (interpretado por Cameron Britton), son escalofriantes. Los gestos y los movimientos del entrevistado y de los entrevistadores están muy bien pensados y tienen que ver con las preguntas que se hace la serie. A medida que pasan los capítulos vemos cómo los agentes se ven afectados en su vida personal por las entrevistas con los asesinos y cómo esto afecta también la investigación. Los agentes son seres humanos cuyas verdades se desmoronan entre más escarban. Cuando entrevistan a estas personas que los obsesionan se dan cuenta de que ellos son también humanos, y que las entrevistas son a veces una tortura, una manipulación y entonces se compadecen de los asesinos. Luego se acuerdan de que las víctimas también son seres humanos, así que vuelven a odiarlos, y así van en un ir y venir. Es una serie que pone al espectador en problemas. Al final, no sabemos ni cuáles son las razones por las que estos agentes están obsesionados con los asesinos, no sabemos si realmente quieren prevenir los asesinatos en serie, o si es una cuestión de ego, o un morbo por la mente criminal. Al final, el espectador mismo se da cuenta de que él también está fascinado con los asesinos y no sabe por qué, que él es también el grupie, o, como lo anuncia el título, un cazador.