Reconciliación con la adolescencia
Tres películas del llamado “Coming of Age” me hacen reconciliarme y admirar de nuevo la adolescencia. Acá escribo sobre “American Graffiti” (1973), “Ghost World” (2001) y “Booksmart” (2019).
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En su ensayo “Vida colectiva”, Natalia Ginzburg critica duramente la energía y las curiosidades de su época (fue escrito en 1970). En el ensayo es claro que se refiere al hippismo y a la liberación de los tabúes del sexo cuando se refiere a esta vida colectiva que ignora al individuo y que la asquea y la fastidia. Dice:
“Entre las edades del ser humano, la preferida en la actualidad es la adolescencia, pues se trata de la edad en que se despierta a los placeres de la vida adulta y, a la vez, todavía no se ha llegado al trabajo de los adultos. Es también la edad en que las culpas son perdonadas. Así, el mundo actual parece un reino de adolescentes, mujeres y hombres se disfrazan de adolescentes, tengan la edad que tengan”.
Cuando la leo veo algo de eso en el mundo que me rodea. Escribo “mundo que me rodea” y tal vez es tan solo algo que percibo en las redes sociales y en el discurso de las personas que me rodean: vivimos en un mundo adolescente.
La autocomplacencia y la autofelicitación son una tendencia en las redes sociales. Así, puede una ver en twitter personas de mi edad (tengo 26 años) que anuncian que se han comprado un mueble, que sea han cocinado una sopa, o que, esto incluso anunciado como la gran cosa, han cumplido con el trabajo por el que son remunerados. Como la vida es muy difícil y las dinámicas capitalistas no dan espacio para vivir, debo felicitarme cada cosa que hago, porque sí, todo se siente como un logro.
Otra tendencia son los chistes sobre “la vejez” que hacen las personas que no han alcanzado los treinta años. Mi generación, sin duda, está obsesionada con la adultez, con lo difícil que es, con lo agotadora que se siente. Como adolescentes, estamos sorprendidos por su crueldad y su peso y nos hemos dado el permiso de quejarnos públicamente, en internet. (No quiero ser injusta, algunas veces esta queja se transforma en crítica, pero en los 280 caracteres de Twitter, casi siempre es queja).
Ginzburg comenta más esta fantasía adolescente de su época y la compara con el ánimo de compartirlo todo:
“El pensamiento solitario no aparece más que como un melancólico y estéril fruto de soledad y esfuerzo; y hay dos cosas odiadas hoy en día con arrogancia: la fatiga y el esfuerzo. Se procura combatirlas y aniquilarlas en cuanto se vislumbra una tenue huella. Se forman grupos, para defenderse de la oscuridad y del silencio, de la presencia penosa y agotadora de la soledad. Se forman grupos para viajar, para existir, para tocar y cantar, para crear obras. Se forman grupos para hacer el amor […]”.
Esta vida colectiva, dice Ginzburg, ignora por completo, además de parecerle inútil, el pensamiento en soledad. En las redes sociales todo se comparte y todo debe pensarse en conjunto. Pasa algo y todos deben comentarlo: nunca la reflexión silenciosa; siempre la existencia colectiva. Así, es difícil ver en las redes sociales o en las conversaciones con algunas personas un compromiso real con algo o una pregunta verdadera. Todo lo que se publica en redes sociales o lo que se dice en una fiesta o reunión en forma de pregunta, realmente no lo es, pues ya tiene respuesta. Todas las preguntas se hacen realmente para probar un punto. Hay, entonces, como si fuéramos niños de colegio aprendiéndonos una fórmula para un examen, unos discursos aceptados que están disfrazados de “cuestionamientos”. Y los que no son aceptados no son refutados ni debatidos sino que son leídos en forma de ofensa y fácilmente descartados: cancelados. Estos lugares comunes que se aceptan en las redes sociales son perezosos y frutos de un afán de pertenencia más que del pensamiento y el detenimiento.
Este afán de certezas, este desespero por pertenecer a algo y esta queja eterna de la adultez son las actitudes adolescentes que percibo en el mundo que me rodea y lo que me ha dado en los últimos meses algo que, me han dicho, llega con la adultez: la desilusión.
2
American Graffiti es la primera película que dirigió George Lucas. Es también la única que he visto de él (es famoso por haber dirigido y producido la saga de Star Wars, que devoraron los adolescentes de una época).
En American Graffiti, cinco adolescentes celebran su última noche como adolescentes. Ya se han graduado del colegio y a partir del día siguiente, esto lo saben todos, su vida cambiará. La película es de 1973 (tres años luego de que Ginzburg escribiera su ensayo) pero es nostálgica: tiene lugar la última noche del verano de 1962 en Modesto, California (misma época en la que Lucas fue adolescente). Así, este director decide, para su primera película (su primer trabajo como director) recordar su adolescencia y retratar el paso de unos chicos a la adultez.
Durante esta noche estos cinco personajes tendrán que tomar decisiones: algunos se irán, otros se quedarán, algunos podrán permanecer juntos y otros tendrán que despedirse. El escenario más recurrente de la película es el interior de los carros en los que se mueven estos adolescentes toda la noche a lo largo de Modesto, el pueblo que decidirán dejar o en el que tendrán que quedarse. Así, en una noche de fiesta y de movimiento, de tránsito, los jóvenes deben verse enfrentados a la toma de decisiones y a la mañana siguiente algunos incluso a la soledad, que Ginzburg también asocia muchas veces con la adultez. Para todos, en todo caso, habrá un cambio de planes.
3
Ghost World es, de las tres películas que acá comento, la que vi más recientemente. Está basada en un cómic (otro género que también asociamos con la adolescencia) cuyo autor también es escritor de la película.
Dos amigas, Enid y Rebeca, interpretadas por Thora Birch y Scarlett Johansson, se acaban de graduar del colegio y planean una vida juntas: se mudarán a un pequeño apartamento y conseguirán trabajos. Un día, deciden jugarle una broma a un hombre y se hacen pasar por teléfono por una mujer interesada en conocerlo. Le ponen una cita en una cafetería y lo dejan plantado mientras lo observan desde otra mesa.
Seymour, interpretado por Steve Buscemi, el hombre solitario, despierta en Enid mucha curiosidad. Así que después de haberse burlado de él con su amiga, Enid empieza a perseguirlo a solas y entabla una amistad con él que dura todo el verano. (Como American Graffiti, Ghost World tiene lugar durante el verano después de graduarse del colegio. El verano es entonces la estación de la diversión y el descanso pero también la del tránsito). Lo que empieza con una broma (un acto infantil) terminará en una relación adulta (o con un adulto, Enid no lo sabe bien). En esta etapa de transición, la adolescencia, el verano, sucede lo fantástico: hay duda, incertidumbre, sucede lo que en otros tiempos no sucedería.
Las amigas de esta película se tendrán que dar cuenta de que una vida colectiva no es posible y que viven en un mundo de fantasmas.
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Booksmart es también una ópera prima: es el debut de Olivia Wilde como directora. Las amigas Amy y Molly, Kaitlyn Denver y Beanie Feldstein, se dan cuenta de que debieron estudiar menos en el colegio y deciden salir de fiesta la noche antes de la graduación.
Amy y Molly son nerds, han estudiado mucho en el colegio y se creen mejor que los demás: son más inteligentes, más divertidas y serán más exitosas. Lo primero que pasa en la película es el desmonte de este discurso que ellas les han creído a los adultos. Resulta que todos los otros estudiantes fiesteros de su colegio también han sido aceptados en universidades prestigiosas: un día antes de graduarse, Amy y Molly se dan cuenta de que no son tan especiales. Deciden entonces romper todas las reglas que no rompieron en los cuatro años de preparatoria en la última noche antes de la graduación y salen de fiesta.
Como las amigas protagonistas de Ghost World, Amy y Molly deben renunciar, durante esta noche, a una vida colectiva y enfrentarse a la soledad. Se dan cuenta de una manera menos obvia: no es que planearan tener una vida juntas a la que tuvieran que renunciar (este par de amigas, más realistas y modernas, saben que tendrán que despedirse al final del verano porque irán a universidades diferentes), sino que deben entender que tal vez tienen curiosidades, metas e intereses distintos. Esto las hace pelear y distanciarse.
Acá, la noche de fiesta, como en American Graffiti, es el tránsito de la complicidad o la compinchería a la amistad. Estas amigas deben encontrar otras formas de apoyarse y de divertirse sin estar por completo involucradas en la vida de la otra y así el mundo se les abre, pueden estar solas y también acompañadas.
5
Estas tres películas tienen en común que terminan con una despedida o una separación. No quiero decir con esto que la adultez sea necesariamente la renuncia a la amistad, y tampoco creo que sea la premisa de estas películas. Se trata más bien de enfrentar la soledad, pero con eso también la posibilidad de ser un individuo independiente de los demás, de ser libre. Esta soledad de la adultez, por supuesto, como bien lo saben quienes se quejan en twitter, es trabajosa. De esto se da cuenta, por ejemplo, la protagonista de Lady Bird, otra de mis favoritas de coming of age que injustamente no comenté pero que sí menciono en esta entrada de blog. Lady Bird ansía esa soledad de la adultez, quiere irse a Nueva York, lejos de Sacramento, donde ha crecido y donde está su familia y todo lo que le es familiar. La protagonista, pues, no debe renunciar a una vida colectiva, pues no la desea, mas sí tiene la revelación de que esa libertad deseada es trabajosa y difícil.
Todas estas películas son comedias, también eso tienen en común. La adolescencia es también alegre, es la fiesta, es el verano. Y es, además, el desmonte del discurso de los adultos, es la duda, la trasgresión, la incertidumbre, es reveladora, es rebelde, es emocionante. No es, pues, la queja infinita que percibo en las redes sociales. Sin embargo, la fiesta, la noche, el verano y la adolescencia son divertidos porque son un tránsito entre un día y el otro, entre una estación y la otra, entre una etapa y la otra. Muchos de los personajes de estas películas deben cambiar sus planes y algunos otros, quienes hacen lo planeado, de todas maneras deben sorprenderse, pues nada sale como pensaban. Algunos lo aceptan con alegría y otros con tristeza.
Tal vez el mundo adolescente que me desilusiona se ha quedado solo con lo que angustia a estos personajes y nada más. Dado que la de las redes sociales es una adolescencia eterna y sostenida, la percibo cansada y agobiada: no abraza las dudas sino que, en su afán por encajar, por pertenecer y por aferrarse a la vida colectiva (el internet, los lugares comunes), ha aceptado unas verdades a las que no está dispuesta a renunciar por ser esto trabajoso y requerir esfuerzo y fatiga. Es perezosa porque está cansada.
Me doy cuenta acá de que he ignorado la forma en la que los adolescentes usan las redes sociales, pues no sigo a muchos. Pero sé, por las noticias, que las han usado para sabotear a Trump, para hacer cyberactivismo y para convocar a plantones en contra del cambio climático.
Propondría yo que, eso intento en este blog (que también existe en el internet), se aprendiese del tránsito de la adolescencia, de la alegría y de la renuncia y el desmonte de lo ya aceptado. Que esa queja interminable se vuelva más bien crítica y que se haga públicamente, en las redes sociales. Que aprendamos, en últimas, de quienes sí son adolescentes.