May December: un espejo paródico
En la nueva película de Todd Haynes, Natalie Portman interpreta a una actriz que estudia al personaje que interpretará en una película. Su personaje es interpretada por Julianne Moore y es una mujer que protagonizó un escándalo por haber tenido un romance con un niño de 14 años cuando ella tenía 36.
Así: Natalie Portman interpreta a una actriz que interpreta a otra interpretada por Julianne Moore. Este juego de dobles es una fórmula perfecta para hacer una película de suspenso, pero acá Todd Haynes da otra vuelta: hace una película burlona.
May December es una película sobre una película. En ella, Elizabeth, una actriz de televisión, visita a la familia conformada por el matrimonio de Garcie y Joe. Los esposos llevan casi 24 años juntos, lo que quiere decir que su relación comenzó cuando él era un niño de 14 años y ella una mujer de 36. Esto hizo que protagonizaran un escándalo mediático en su momento y la llevó a ella, embarazada en este entonces, a la cárcel. Ahora, después de dos décadas, harían una película sobre su historia.
Esta es una película sobre un crimen, pero no diría que es una película de crimen, pues no ocurre ninguno en la pantalla. Sin embargo, May December comienza como comienzan muchas películas de detectives: Elizabeth, la actriz, llega a un pueblo gringo a investigar un crimen. Hace preguntas, se reúne con los implicados, toma notas. No está detrás del quién sino del por qué, quiere entender los motivos de Gracie para de ese modo hacer una interpretación justa.
Nosotros, que hemos llegado a espiar la vida familiar del matrimonio al tiempo que Elizabeth, podemos sacar muy rápido nuestras propias conclusiones. En las primeras secuencias, vemos cómo Gracie trata a su marido: le pide el favor de que ponga la mesa y le explica, como si fuera un niño pequeño, cómo debe sacar y poner los platos. Nos vamos dando cuenta de la condescendencia con las que se tratan y los esfuerzos que hacen por tener una vida normal e ignorar el escándalo mediático del pasado.
Pero no es que vivan en negación, pues, al fin y al cabo, han autorizado la producción de una película sobre su historia y están dispuestos a contarla. Lo que vemos al principio se trata más bien de lo que hemos visto en otras películas de Haynes: un matrimonio contento que vive una cotidianidad suburbana, que tiene una relación cercana con sus vecinos y que ofrece barbacoas los domingos en el patio de su casa, que da a un lago. No entendemos cómo ha sido posible que lleven esa vida después de lo sucedido. Nos reímos de la nimiedad de sus problemas.
Entre los primeros hallazgos de nuestra detective está el hecho de que Gracie no siente ningún arrepentimiento. Esto sorprende mucho a la actriz, quien se siente fascinada por lo que ella llama las áreas grises de la moralidad y la complejidad del personaje que va a interpretar. Pero Gracie, aunque muy abierta y colaboradora, no satisface esa fascinación del todo. Se describe a sí misma como una mujer ingenua que simplemente se enamoró de un niño. Nos convence de que no cree que haya hecho nunca nada malo y que si acaso ella es la víctima de todo esto. Alcanzamos a preguntarnos si es posible tal ingenuidad, ¿de verdad cree que un niño podría enamorarse de ella y seducirla?, ¿que esa seducción no es un desbalance de poder sino amor verdadero?
Aunque la vemos ser pasivamente cruel con su hija y manipuladora con quienes la rodean, en lo concerniente al escándalo, Gracie no da muestras de ser la víbora que una esperaría. De hecho, su apertura y disposición a hablar del tema solo demuestran que no siente culpa.
A veces creemos que por fin encontraremos a Gracie llorando por lo que pasó, teniendo pesadillas, pidiéndole perdón a Joe o confesándole a alguien su culpa. Pero May December no nos da esa satisfacción. Las únicas veces en las que la vemos afectada es porque Joe huele a humo o porque perdió una clienta de su negocio de pasteles. Se nos vuelve a salir una risa, ¿cómo puede ser este el drama por el que está pasando esta mujer?
Al que sí se le ven las secuelas de lo sucedido es a Joe. Es un hombre —y decir hombre es decir mucho— retraído que no hace nada sin la autorización de su esposa. Habla muy poco y tiene un pasatiempo de cuidar capullos de larvas para luego liberarlas. Esto nos hace pensar que tal vez envidia el florecimiento de las mariposas. Incluso sus hijos lo tratan como a un niño. Es de una ingenuidad risible y verdadera, distinta de la de Gracie, que en vez de ingenuidad parece más bien psicopatía, incapacidad de sentir remordimiento o de procesar lo que es moralmente incorrecto.
Joe, en cambio, teme fallarle a Gracie, siente culpa cuando la engaña. Además, es incapaz de articular lo que le pasó, no puede tampoco expresar sus emociones de forma elocuente, es obvio que no sabe cómo. Por un momento parece que siente el impulso de enfrentar a su esposa pero no encuentra las palabras, su gesto es de frustración. Nos da pesar. Lo hemos visto en otros hombres que se quedan niños.
Como la historia del matrimonio es tan absurda y el crimen tan perverso — aunque en la película no sea tratado como crimen — , las espectadoras nos distanciamos de la pareja y durante algo menos de la mitad de la película nos unimos a la extrañeza de Elizabeth. Hasta que ella nos empieza a parecer extraña también. Se queda más tiempo de lo necesario con la familia, alarga su viaje de investigación. Le pide a su productor que encuentre a un niño “sexy” para el casting. Simula en soledad el sexo que debieron de tener Gracie y Joe cuando él era solo un niño. Vemos que crece su interés en Joe pero no es el mismo interés fascinado que siente por Gracie. Es más bien curiosidad de qué tan lejos puede llevar esta investigación. Juega con él, lo seduce.
Nos damos cuenta de que ha hecho este viaje, en parte, para huir de su propia situación personal. Intuimos que tal vez se toma demasiado en serio su trabajo. Nos preguntamos, al verla sentada incómoda en la cena de grado de los hijos de Gracie y Joe, si realmente es necesario estar ahí para luego interpretar un papel en una película, ¿no bastará con aprenderse las líneas? Nos empieza a parecer igual de absurda a los demás personajes, la grandilocuencia con la que habla de su profesión es tan ridícula como los sollozos de Gracie por el pastel que ya no le van a comprar. Seductoras y ridículas, las protagonistas dan miedo y risa.
En varios momentos vemos a las dos mujeres frente al espejo. Elizabeth imita los gestos de Gracie. Le pide que le enseñe a maquillarse como ella. Gracie lo hace primero en sí misma frente al espejo, pero luego se voltea para maquilar directamente a Elizabeth. Quedan cara a cara. Como suele suceder con la presencia de un doble, a Gracie le empieza a picar, a incomodar, a molestar, la presencia de Elizabeth. Se da cuenta de que en la película ella no sería más que el disfraz de la otra. Al verse imitada, en el espejo distorsionado que es una actriz, se siente ridiculizada. Y más: amenazada. Así, aquí el doble no es solamente ominoso sino paródico. Y funciona en todas las vías.
Del otro lado del espejo, estamos nosotros, el público, esperando aún una explicación, un flashback, una separación o algo que ayude a cerrar la historia. Hacia el final de la película, el hijo mayor de Gracie (de su anterior matrimonio) le inventa a Elizabeth un por qué. Le dice que su madre había sido víctima de violencia sexual cuando niña. Elizabeth, satisfecha con este hallazgo, que resolvía y cerraba con un círculo perfecto el misterio, decide que ya puede irse. Pero esto solo le traerá otra humillación cuando se dé cuenta no solo de que era mentira sino de que el chico no era su cómplice sino que se estaba burlando de ella y quería sacarle algo a cambio.
May December termina con el rodaje de una escena de la película ficticia, que se ve malísima. Elizabeth le intenta dar un sentido a su viaje y a su investigación, pide que rueden de nuevo la escena aún cuando el director ya está satisfecho. No podemos creer que todo lo que habíamos visto hasta ahora era para rodar algo así. Nos sentimos también un poco ridículos, pues, como la detective, habíamos estado detrás de una explicación. Volvemos a reír. Somos, en cierto sentido, burlados también. Esta fascinación por el criminal, que lo pone en el centro del relato, por encima de la víctima (llamémoslo víctima), es la naturaleza del género true crime, que existe gracias a nuestro morbo: queremos una explicación para la maldad y queremos aliviarnos al descubrir que podemos distanciarnos de ella, que no somos los malos. Pero a veces, como en esta película, no hay tal explicación. A veces basta con que la inocencia se encuentre con el capricho.