Lars Von Trier, el insoportable

Juliana Rodríguez Pabón
7 min readMay 8, 2019

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Con los años Lars Von Trier se ha vuelto más y más insoportable. Sus películas, de longitud innecesaria y cansona, son cada vez más difíciles de ver. Y entre más le dicen que es insoportable, más incomprendido y triunfante se siente él. La casa de Jack es su última cinta. En su proyección en Cannes más de 100 personas se salieron de la sala. Se dijo que esto se debía a la crudeza de las imágenes y a la violencia visual que el público no pudo soportar. Esto me llevó a verla.

La película empieza bien. Jack es un asesino en serie que cuenta en voz en off a un interlocutor misterioso llamado Verge algunos de los asesinatos que más satisfecho lo han dejado. Como en algunas otras clásicas de asesinos en serie (aka American Psycho), vemos a un asesino con un gran sentido del humor. Consciente de sus patologías psicológicas, Jack juega a imitar las expresiones de empatía de los seres humanos normales frente al espejo y el público ríe en la sala de cine. Cuando está cazando a su presa nosotros entendemos sus chistes, compartimos un código con él porque sabemos lo que les hará. Hay una complicidad entre el asesino y el público.

En una de las primeras escenas (en el que él llama el “segundo incidente”) la policía está a punto de descubrir a Jack. Yo me encontré a mi misma deseando que pudiera escapar, pues la película apenas empezaba y quería ver más asesinatos. La casa de Jack compromete al público y hace que comparta la culpa con el asesino. Reflexiona sobre la estética de la violencia y sobre lo violento del arte. Jack concibe a cada uno de sus asesinatos como una obra de arte: le toma a las escenas del crimen fotos en las que salen los cadáveres de sus víctimas posando de maneras graciosas. La escena en la que acomoda los cuerpos de una familia que ha acabado de asesinar de forma armoniosa y simétrica en un bosque es bellísima y parece un cuadro. Nos pone en problemas al hacernos admirar esa escena, pues acabamos de ver cómo ha cazado y asesinado cruelmente a los niños que hacen parte de su obra. Nos hace ver lo que se necesita para alcanzar la belleza.

Jack ve belleza en la destrucción. En el segundo incidente arrastra un cadáver desangrándose amarrado a su camioneta y deja un rastro de sangre por toda la carretera. Otra obra, otra pintura. Luego la lluvia borra el rastro, hay una doble destrucción, la destrucción de su propia obra. Esto alcanza su punto máximo cuando construye su casa (spoiler!) con los cadáveres de sus víctimas. Hay en esa imagen una contraposición de la obra y la muerte. Y es en esta contradicción en la que el público se encuentra con Jack. Yo, al fin y al cabo, he pagado una boleta de cine para ver a un psicópata hacerle taxidermia al cadáver de un niño.

Matt Dillon, además, hace una excelente interpretación de Jack. El formato documental en el que algunas escenas están grabadas hace el terror más efectivo e impresionante. La música es buena. Y hasta acá lo bueno e interesante de La casa de Jack.

Lars Von Trier, el misógino

El último asesinato que Jack le narra a Verge es el de Jacqueline, una joven con la que ha estado saliendo. Cuando la tiene amarrada le dice que está cansado de ser hombre. Le señala la injusticia de que los hombres “sean culpables de todo”, que sean tratados como “presuntos culpables” solo por existir. Este es un discursito de moda que victimiza a los hombres por sus privilegios y que dice que ser hombre es muy difícil en esta época de feminismos (acá lo que escribí sobre unas declaraciones parecidas de Terry Gilliam). Nada nuevo. Lars Von Trier se blinda de las críticas poniendo estas palabras en boca de un psicópata. Sin embargo, al ponerlo en boca de un asesino elocuente y calculador, no queda clara su postura.

Dice también Jack que las mujeres hacen su trabajo más fácil, que “colaboran”. No se le ocurre preguntarse por qué es eso, por qué esa vulnerabilidad de sus víctimas mujeres, solo sentencia que son “fáciles”. Verge le pregunta que si él cree que todas las mujeres son tontas, a lo que Jack responde “también he matado hombres”. Esto, lejos de sonar como una autocrítica, parece, más bien, una anticipación a la crítica, un “ya sé que me van a criticar por esto”. No hay cuestionamiento, solo autocomplacencia. Luego de estos diálogos, Jack le mutila una teta a Jacqueline.

Puedo imaginar el gozo de Lars Von Trier al filmar esta escena. El mismo con el que debió grabar la mutilación del clítoris en Anticristo. Sus antecedentes de maltratador de mujeres en el set lo ponen en evidencia. Pensé hace unos años cuando vi el Anticristo, que me gustó mucho, que había en la película un cuestionamiento de la misoginia de la protagonista, un absurdo. Ahora me pregunto si era más bien una justificación. Me pregunto también si hacer estas películas le sirven a Von Trier para justificar su gusto personal por los feminicidios antes que para cuestionar ese gusto estético.

Lars Von Trier, el pedante

Después del asesinato de Jacqueline, Jack y Verge se sumergen en una discusión sobre el arte que más bien parece un monólogo de Lars Von Trier. El debate entre los dos personajes es tan poco político y tan estéril que se siente tremendamente libreteado. Aunque los dos personajes estén en desacuerdo en sus perspectivas sobre el arte, no parecen responder a dos personalidades, ambos parecen el mismo. Al tiempo en que se está teniendo esta discusión, vemos pasar rápidamente infinitas obras de arte occidental europeo sin descanso. Lars Von Trier nos dice cómo leer su película. En este gesto pedante y narciso subestima a su público al no creerlo capaz de interpretar su obra. Gesto bastante trágico especialmente en esta película, que en un principio nos había equiparado con el asesino.

La clase magistral que decide darnos Von Trier llega a su punto más insoportable cuando empieza a citarse a sí mismo y nos obliga a ver imágenes de sus otras películas, entre las que identifiqué sobre todo Melancolía y Ninfómana (de nuevo, mujeres que sufren). No solo se pone dentro del mismo paquete que Klimt y Goethe, sino que de paso nos explica también cómo debemos leer toda su obra.

Durante los minutos que duró esta escena que arruinó todo lo interesante que antes había tenido la película, el amigo con el que fui a verla aprovechó para ir al baño, algunos otros abandonaron la sala de cine. Esto me hace pensar que, muy contrario a lo que había leído sobre La casa de Jack y a lo que seguramente cree Von Trier, no fue la violencia lo que sacó al público de la sala de cine sino la pedantería. El director danés es, entonces, un muy mal lector de sí mismo, pues no se da cuenta de que fue por la violencia que la sala de cine se llenó -lo que nutriría la reflexión de las primeras escenas de la película- y por el discurso que se volvió a desocupar.

**Acá, para la muestra, tres de los eternos minutos que duró la disertación de Jack y Verge sobre el arte.

Epílogo: Lars Von Trier, el envejecido

La pedantería de Von Trier se sale de control en el epílogo de la película, titulado “Catábasis”, que significa descenso. Verge y Jack descienden por una alcantarilla al infierno y nos damos cuenta de que Verge es una especie de Virgilio (¿se creerá Von Trier una especie de Dante?) que guiará a Jack hasta el infierno. El descenso se nos muestra en varias escenas e imágenes con efectos especiales forzados e innecesarios. Vemos a los dos personajes bajando al infierno en una especie de burbujas, luego por unas escaleras, luego en una barca, etc etc.

Qué falta hace el joven Von Trier del dogma 95, el que entendía que en la limitación de presupuesto había un estímulo creativo. Ahora, con más años, más prestigio y más presupuesto, se ha vuelto un derrochador de efectos especiales que no nos anticipa nunca en la trama de la película y que resultan extraños y hasta cómicos. El dizque epílogo de La casa de Jack (digo dizque porque es eterno, contrario a la naturaleza de un epílogo, que debe ser corto) se acerca más al traquetismo estético de El Código de Da Vinci (igual de insoportable que Von Trier) que a la elegancia de la Divina Comedia.

Jack y Verge descendiendo al infierno en el epílogo

Von Trier se siente un director envejecido y viciado por su propio prestigio. Depende ya demasiado de ser el director controversial. Por puro morbo es que pagué la boleta y entré al cine, no porque me interese ya lo que tiene para decir. Hay en esta película una pizca de juego y de reflexión sobre ese morbo que yo siento y que me llevó al cine. No diré, entonces, que no vean La casa de Jack. Propongo, más bien, que la pirateen.

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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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