La soledad de vivir con el hombre perfecto
“El hombre perfecto” podría llamarse también “Un hombre a la medida”. Es esto lo que se pregunta esta película: ¿es un hombre hecho a mi medida un hombre perfecto para mí?
En El hombre perfecto, Alma debe convivir con un androide que ha sido fabricado y programado a su medida. Esto, como parte de un experimento del que se quiere concluir si estos robots deben ser aprobados o no como parejas sentimentales para los humanos. Ella es una científica social que hace estudios arqueológicos de poesía en civilizaciones antiguas y accede al experimento para obtener más financiación para su investigación.
Su tono romántico-cómico me hizo creer al principio que vería una película en la que la relación con el androide haría cambiar de parecer a su protagonista. Alma se siente escéptica sobre el experimento y trata con frialdad a Tom, el robot. Así empiezan, de hecho, muchas comedias románticas: un o una protagonista que no cree en el amor y que sostiene relaciones frías de repente se topa con alguien que lo hace creer. Luego, en la mayoría, este protagonista, después de mucho luchar contra el romance, suele cambiar de parecer cuando por fin acepta que se ha enamorado.
Hasta más o menos la mitad de la película, El hombre perfecto parece tomar la misma dirección: Alma, al principio fastidiada por la presencia del robot en su casa, empieza con el paso de los días a abrirse cada vez más con él. Lo usa para darle celos a su expareja, se ríe de sus chistes, lo presenta a su familia, le cuenta algunas cosas de su pasado. Sabemos, sin embargo, porque Tom lo ha explicado al principio, que así funciona el algoritmo con el que está programado: cuanta más información obtenga sobre ella, más complaciente será él con ella, más le agradará, mejor compañía será y sus interacciones serán más exitosas.
El tema de investigación de Alma en el museo tiene que ver con la pregunta sobre qué nos hace humanos: ella y su equipo quieren demostrar que ya existía poesía antes de haber escritura. A Alma le parece imposible que Tom pueda ayudarla con su trabajo, pues tendría que tener alguna sensibilidad, entender de poesía, apreciar el arte, saber conmoverse. “No entenderías, es algo humano”, le dice con frecuencia a Tom. El nombre de nuestra protagonista, además, es un guiño sobre lo que la podría diferenciar a ella de su nuevo novio.
Y sin embargo, El hombre perfecto no se hace estas preguntas de la forma en que ya otras de ciencia ficción, con una mirada muy seria sobre el tema, lo han hecho. Blade Runner se pregunta si los androides pueden soñar; Ex machina, si podemos sentir compasión por ellos; Her, si puede uno enamorarse de una inteligencia artificial y ser correspondido. El hombre perfecto da por sentado que sí, que sí es posible; y lo dice con gracia.
Es cierto que es posible. Ya todos estamos descifrados por el algoritmo que nos muestra lo que queremos en las redes sociales. Y más: esto incide en la forma en la que nos relacionamos con otros, en las posturas que tomamos, en nuestros deseos y anhelos. No solo las apps de citas están diseñadas para dar con nuestra pareja perfecta, hecha a la medida, sino también los amigos que hacemos, las personas que conocemos por redes sociales aparecen allí porque le hemos dado información al algoritmo sobre nuestros intereses, nuestras posturas, nuestros gustos. Al pasar horas frente a la pantalla, ya estamos todos enamorados de nosotros mismos, de nuestro reflejo proyectado allí.
El hombre perfecto no solo da esto por hecho (de hecho su tono no es tan futurista ni crítico de la tecnología como el de mi párrafo anterior) sino que va más lejos: estudia las relaciones humanas a partir de allí. No solo es cierto que Alma sí pueda enamorarse de Tom, sino que tal vez sus relaciones antes de conocerlo ya eran un poco robóticas. De hecho, como lo dijo Fernanda Solórzano en su reseña, Tom muchas veces parece simplemente un novio novato, torpe y complaciente, como son la mayoría en las primeras semanas de una relación. No es tan frío como Alma, ni pone tantas barreras sentimentales.
No significa todo esto que Alma sea el verdadero robot y que se desrobotice al enamorarse de Tom, que es lo que escribo arriba que suele pasar en las comedias románticas. Sabemos desde el principio, por su tema de investigación en el museo pero también por las escenas en las que ella contempla a las personas en la calle, en las que mira la luz del sol a través de su mano, que a Alma le preocupa lo humano.
Una noche se encuentra con un colega que también hace parte del experimento. Él le presenta a su novia androide y le dice que dará una evaluación positiva, pues está muy satisfecho con su nueva relación. Le dice que hace mucho no era amado y que empezará a hacer el trámite para quedarse con ella. Cuando dice esto último, le hace a Alma un gesto que da a entender que comprará a la robot que ahora es su novia. Esta, que para mí es la mejor escena de la película, cambia el tono por completo, ya casi hacia el final. Este hombre recuerda a los muchos hombres que compran la compañía de una mujer que los complazca (con esto no me refiero solo al trabajo sexual, sino a los matrimonios heterosexuales en los que a la mujer se le paga por complacer al marido). La película entonces no se trata solo de las relaciones posibles entre humanos y androides sino de este tipo de relaciones en específico, también entre humanos, en el que uno está programado para satisfacer al otro.
Después de este encuentro, Alma escribe su evaluación. Y para mi sorpresa, no cambia de parecer. Aunque antes ha reconocido que se está enamorando de Tom, si no es que está ya enamorada, no recomienda aprobar los robots como parejas sentimentales para los humanos. Así es que El hombre perfecto no se pregunta si podremos enamorarnos de un algoritmo, pues da por sentado que sí. Entonces se pregunta: ¿es deseable?
Al final, en el último encuentro entre ellos, Alma le dice a Tom que lamenta que ahora la vida será una vida sin él. Y aún así prefiere eso, extrañarlo, que estar en el teatro sin audiencia que es para ella arropar a un hombre que no siente frío, tener sexo con alguien que no tiene orgasmos, cocer un huevo para quien no saborea. Alma dice en su evaluación que, en efecto, Tom la ha sabido complacer, que su diseño es efectivo en satisfacerla y se pregunta ¿y qué hay de malo en ser felices?
Convivir con un androide cuyo algoritmo está diseñado para satisfacerme del mismo modo en que viviría con una pareja probablemente me haría más feliz. Probablemente sufriría menos de lo que ya he sufrido por amor. Él sería organizado aunque no neurótico, madrugaría sin estar obsesionado con ser productivo, leería libros pero no los escribiría, se reiría de mis chistes y me haría algunos, haría caso de mis recomendaciones de películas, sería afectuoso en público, sabría bailar. Y entonces tener pareja ya no sería un encuentro al que dos individuos acudimos. Estaría yo inmóvil y el otro viniendo hacia mí, complaciéndome. No habría otro deseo además del mío y yo no sabría lo que es hacer feliz a otra persona. O ponerlo triste, o hacer que se enoje.
A veces parece que vivimos en una guerra contra el amor, se cree que ceder ante una pareja es sacrificarse a sí mismo, que acompañarlo en un proyecto es “perseguirlo”, que cambiar una postura es cambiar “por el otro”, “dejar de ser una misma”, “ser manipulada”. El hombre perfecto nos advierte, pues, sobre esta fantasía de jamás cambiar por el otro, de jamás verse confrontado sino solo complacido y satisfecho, de nunca ceder. Cuidado, nos dice, que así podemos sentirnos inmensamente solos, como quien cierra los ojos a la espera de un beso que no llega.