La redención en el cine de horror: sobre el alivio de creer en fantasmas

A propósito de Halloween y del día de los muertos, volví a ver dos películas de fantasmas: “El sexto sentido” (1999), de M. Night Shyamalan, y “Los otros” (2001), de Alejandro Amenábar. Aunque ambas son películas de horror, esta vez me conmovieron más que asustarme.

Juliana Rodríguez Pabón
7 min readNov 3, 2023

Ya antes había oído de la boca de Fernanda Solórzano, crítica de cine mexicana, la idea de que el cine de horror se preguntaba por lo sobrenatural, lo más allá de nosotros mismos; en últimas, que, como las religiones, este género se ocupaba de nuestra relación con lo divino. Esto nunca había sido tan evidente para mí como en esta revisión de El sexto sentido y de Los otros.

En efecto, el pacto implícito entre las películas de terror y su público es el de la fe: debemos creer, aunque sea solo durante la película, en “algo más allá”. A veces ese “más allá” no es necesariamente inhumano, pero sí sobrenatural: es la maldad. El asesino en serie que solo quiere torturar a sus víctimas es humano, mas su maldad es inexplicable, está por fuera de nuestro entendimiento. Y entonces nos aterroriza.

Otras veces, “el más allá” es más literal: lo que está por fuera de la vida, lo que ocurre después de la muerte. Y entonces, para que una película de fantasmas sea efectiva, para que nos sacuda, debemos creer en ellos. No suele ser ese el caso de los personajes de las películas de fantasmas. Suele haber un personaje que puede percibirlos (un niño, cuyas visiones se atribuyen a su despierta imaginación o a un trauma; o una mujer, generalmente tomada por loca o nerviosa y desacreditada) y uno descreído que busca las explicaciones racionales a los fenómenos paranormales (generalmente son los hombres o los adultos).

En El sexto sentido, de M. Night Shyamalan, Malcolm (Bruce Willis) es un psiquiatra infantil que tiene como paciente a Cole (Haley Joel Osment), un introvertido niño de 8 años que tiene marcas de maltrato. Malcolm cree que si ayuda a Cole podrá redimirse por un error del pasado con un antiguo paciente que terminó por enloquecer y quererse vengar de él.

A eso de la mitad de la película, cuando Malcolm ya se ha ganado la confianza de Cole, el niño le cuenta su secreto: “veo gente muerta”. Cole le explica a su psiquiatra que los fantasmas lo persiguen y que algunos no saben si quiera que están muertos. “Ven solo lo que quieren ver”, dice Cole. Así, el niño de esta película es quien puede verlo todo, la realidad completa. Esto no será cierto solo sobre los fantasmas en negación sino también sobre los adultos descreídos de esta y de otras películas, los que no confían en la palabra de quien ha visto un fantasma ni en el fenómeno sobrenatural y buscan forzadamente explicaciones racionales. Es el caso de Malcolm, quien enseguida diagnostica al niño con esquizofrenia.

Los niños, que suelen tener más fe (aún no han pasado por tantas desilusiones), creen con facilidad en los fantasmas. Dan crédito a lo que ven. Y es tal vez por eso que los muertos se les manifiestan a ellos. En las películas de horror son los adultos los ingenuos, esclavos de la razón. Los niños han entendido rápidamente el fenómeno y deben explicarles a sus padres o, en este caso, a su psiquiatra. Acá, quien tiene fe es quien está más lúcido. Es el niño quien tiene un sexto sentido.

Sin embargo, Malcolm entiende su proceso con Cole como “una segunda oportunidad” de ayudar a un niño aterrorizado. Así que revisa las grabaciones de su sesiones con aquel antiguo paciente al que no pudo ayudar y comprueba que este también podía ver gente muerta. Así que le cree a Cole. Así, su segunda oportunidad no tenía que ver con curar a un niño, sino con ser capaz de creer.

Este acto de fe de Malcolm hacia Cole le permite ver, por fin, la verdad sobre sí mismo: nos enteramos, él y el público, al final de la película (difícilmente habrá quien no sepa el final de El sexto sentido, pero, por si acaso, advierto en este paréntesis un spoiler) de que Malcolm es un fantasma, ha muerto hace un año a manos de aquel paciente caído en la locura. Así, al creer en su paciente, el psiquiatra entiende quién es, aprende sobre su lugar en el mundo. Y tiene, de nuevo, una segunda oportunidad: puede despedirse de su amada.

Y solo al creerle a Cole, puede Malcolm ayudarlo: se da cuenta de que los fantasmas no quieren otra cosa que su ayuda, incluso los más aterradores. Así, el final de película nos permite la fantasía de resolver lo irresuelto, que es lo que quiere, en últimas, un fantasma que camina todavía entre los vivos. Los fantasmas de la película han entendido, al morir, algo sobre sí mismos y se valen de la fe del niño para resolver sus asuntos pendientes (decir una verdad, desenmascarar a un asesino, sacar de la duda a un ser amado o pedir perdón).

Creer en fantasmas es, pues, creer en otro nivel de autoconocimiento que viene con la muerte, una última lucidez (de la que tienen una probada quienes creen en el más allá). Y al creer en fantasmas creemos también en la posibilidad de aliviar el peso de nuestros errores: creemos en la redención.

Grace (Nicole Kidman), la protagonista de Los otros, de Alejandro Amenábar, es creyente pero incrédula. Desconfía de sus nuevos sirvientes y les dice a sus hijos que no crean todo lo que leen. Pero los hace memorizar páginas de la Biblia y les inculca el temor al limbo de los niños. Grace vive sola en una casa inmensa con sus dos hijos, un niño pequeño y una niña mayor, y los tres recién llegados sirvientes. Su marido se ha ido a la guerra y, en su ausencia, ella tuvo que enfrentar sola la ocupación alemana. Los niños sufren, según su madre, de una grave alergia a la luz, por lo que la casa siempre permanece oscura, con las cortinas cerradas.

Anne (Alakina Mann), la niña, es la primera en percibir a quienes la familia llamará “invasores”. Ve a un niño de su edad llamado Victor y a una anciana aterradora. Anne está, evidentemente, iluminada: cuestiona a su madre y le hace ver sus contradicciones. Es la única que recuerda y que se atreve a hablar sobre una noche traumática que su madre censura y sobre la que les prohíbe hablar. “¿Qué pasa con la gente que va a la guerra cuando se mueren?” le pregunta Anne a su madre, a lo que ella responde “depende si peleas del lado de los buenos o de los malos, tu padre pelea por Inglaterra, por los buenos”. Anne entonces pregunta “¿cómo sabes que eres de los buenos?”, Grace no tiene respuesta.

En efecto (y acá otro spoiler para quien no la haya visto), como en la guerra, en esta casa no hay malos ni buenos: hay vivos y muertos. Y los muertos son, para alivio de la protagonista, la madre y sus dos hijos. Como en El sexto sentido, el fantasma solo ha visto lo que ha querido ver y sus hijos, quienes tienen verdadera fe, han tenido que mostrarle la verdad. Grace, entonces, recuerda la noche de la ocupación alemana: ella los ahogó con una almohada y luego se suicidó. Cuando volvió a la habitación de los niños los vio jugar con las almohadas y creyó que Dios, en su infinita misericordia, le había dado, de nuevo aparece de la boca de un fantasma, “una segunda oportunidad”.

Y así fue, pues aunque no fue una segunda oportunidad en vida, la madre puede ahora pedirles perdón. El limbo sirve, en este caso, para aliviar la culpa de quien, en medio de la desesperación, ha asesinado a sus hijos. La consciencia de la muerte le trae alivio a Grace, pues acarrea la decisión de convertirse en un espanto y no ser espantada, de defender y recuperar su casa, de reescribir la historia con sus hijos.

Cuando ya la familia y nosotros, el público, nos hemos dado cuenta de que los fantasmas son ellos, Anne la pregunta a su madre si están en el limbo. Ella responde “ya no sé qué es el limbo”. Al aceptar ante sus hijos que no está segura de lo que es el limbo, la madre alcanza un mayor grado de lucidez. Como Malcolm en El sexto sentido, Grace reconoce que no lo sabe todo y en ese grado de duda se abre la grieta por la que entra la luz que ahora sí podrá entrar a la casa.

La aceptación de una duda sobre el más allá, entonces, fortalece la fe. Y la consciencia de sí mismos que alcanzan este par de fantasmas es lo que les permite, finalmente, redimirse.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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