La comediante
En un episodio de un podcast de comedia que suelo escuchar, unos comediantes se preguntan cuáles deben ser los límites de sus chistes. Uno de ellos cuenta que ha eliminado algunos chistes de su rutina de stand up porque pueden resultar políticamente incorrectos. La anfitriona del podcast sospecha que los chistes que él llama políticamente incorrectos son chistes machistas. Se preguntan todos, entonces, si el feminismo no se ha vuelto un censor de la comedia.
No creo que haya una nostalgia de irreverencia, pues hay hoy en día muchas comedias irreverentes. El humor de las series de televisión que veo y que están escritas por mujeres me parece no solo irreverente sino grotesco. En Crashing, escrita por Phoebe Waller-Bridge, Lulu, la protagonista, se vomita de resaca en una sopa que luego Kate, la prometida de su amigo, se come. Antes, Kate se ha cagado al borde de la cama que comparte con su pareja. No es decoro, entonces, lo que reclama el feminismo, ni la falta del mismo lo que añoran los comediantes del podcast.
Lo escatológico de este humor, además, pone la mirada sobre el cuerpo y, al final, sobre la comediante. En las escenas de sexo de Fleabag, también escrita por Waller-Bridge, la protagonista mira a la cámara y cuenta que se lo están metiendo por el culo. Así, se expone por completo y se sacrifica en cada chiste, pero es consciente de nuestra mirada, nos ha invitado a verla.
Al volcar la mirada sobre sí misma y sobre su cuerpo, la comediante hace la más interesante y graciosa autocrítica. El Yo se ha vuelto el objeto de risa, pero esto, antes de ser humillante, es un acto autoconsciente. No está la mujer vista desde la mirada masculina, sino desde su propia mirada, que la engrandece y la complejiza.
Este humor no solo es incorrecto y blasfemo (Fleabag se enamora de un cura y entre más devoto es él, más lo desea ella), sino que es más inteligente. Los chistes de Fleabag retan al chiste fácil, el que los comediantes del podcast terminan sacando de su rutina. Y lo hacen en el propio terreno de lo vulgar, despojados de corrección política y de pudor. Eso ha hecho el feminismo por la comedia, le ha exigido y la ha librado del chiste perezoso.
La comediante es, además, incómoda. Por un lado, porque está salida del lugar en el que el hombre siempre la ha puesto, está liberada en la risa que produce. Hannah, de Girls, escrita y protagonizada por Lena Dunham, tiene una infección urinaria por temporada y la vemos una y otra vez orinando con dolor. Este no es un chiste sofisticado y es más bien fácil, pero libera al personaje femenino del decoro y del pudor a los que antes ha sido sometido.
Por otro lado, la comediante es una usurpadora. En The Marvelous Mrs. Maisel, escrita por Amy Sherman-Palladino, Midge, un ama de casa que vive en la década de los 50 en Nueva York, se da cuenta de que su esposo, que tiene aspiraciones en la escena del stand up, no es gracioso, que la graciosa es ella. Después de descubrir su talento para la comedia en vivo, Midge ocupa el escenario que antes su marido ocupara. Toma ella el poder de hacer reír, de hacer que quien ríe pierda el control de su cuerpo por un momento: el de la carcajada. Y Joel, su marido, la envidia.
Midge se emborracha en el escenario y casi que muestra las tetas al público. De nuevo, se expone, literalmente se desnuda en el escenario. A su marido le molesta que lo haga y que haga chistes sobre su vida sexual en pareja. La ve descolocada, fuera de su papel de esposa, y esto lo incomoda. Y tampoco puede evitar reírse, queda sucumbido ante el ingenio de su esposa.
Sospecho que hay otra molestia y me pregunto si es esta la misma incomodidad que sienten los comediantes cuando deben recortar los chistes machistas de su rutina: a Joel lo incomoda no solo que Midge esté mostrando teta, le molesta no ser él la mano que levanta el vestido.
:::: Aquí más sobre The Marvelous Mrs. Maisel, las mujeres comediantes y los chistes que me dan risa.