Jojo Rabbit, un chiste flojo

Jojo Rabbit está nominada a mejor película en los premios de la Academia. No es que eso diga mucho de si es buena o mala. A lo mejor gana, lo que sí confirmaría que, al menos, es políticamente correcta y que será olvidada en unos meses.

Juliana Rodríguez Pabón
4 min readJan 29, 2020

Jojo es un niño que pertenece a las juventudes nazi. Adolf Hitler es su amigo imaginario y su compañero de campamento, Yorki, es su mejor amigo. Un día descubre que su madre aloja a una joven judía en su casa. Jojo, entonces, para aprender más sobre los judíos, a quienes odia, empieza a pasar tiempo con la joven y se da cuenta de que “no es tan mala”.

Para empezar, la gran revelación de Jojo Rabbit es que se puede amar a un judío (revelación que, además de obvia, es bastante cruel de hacer en pleno 2019, cuando se estrenó la película). Cuando Jojo se enamora de la joven judía, que además coincide (y en serio creo que es una coincidencia y no una decisión consciente del director) con el momento en que su madre muere (lo que explicaría por qué se enamora, pues busca una sustituta de su madre, lo de siempre), se pelea con su Adolf Hitler imaginario.

Podría pensarse que es la historia de cómo un niño nazi cambia su forma de concebir el mundo cuando se enamora de una judía. Pero incluso así, la película fracasa en su intento, pues está llena de lugares comunes y frases explicativas como “no parece tan mala” para referirse a su nuevo amor y no nos muestra, en efecto, cómo es que Jojo se enamora de una judía, lo que sería más interesante de ver. En cambio, Jojo simplemente se da cuenta de que los judíos no son monstruos (de nuevo, ¿cómo es eso una gran revelación?).

[Fotograma de Jojo Rabbit]

La propuesta visual de Jojo Rabbit, sobre todo en las escenas del campamento de las juventudes nazi, me recordó a la de Moonrise Kingdom, de Wes Anderson. Esta estética hipster que imita las tendencias de moda del siglo pasado, en especial de los años cuarenta y cincuenta, es una tendencia en las películas y series de los últimos años. En Moonrise Kingdom, Wes Anderson la usa para enternecer a la audiencia con la historia de dos niños que se enamoran y deciden fugarse cada uno de su casa: se enternece un acto de rebeldía. En Jojo Rabbit, en cambio, el uso de esta propuesta de vestuario y de escenografía me parece peligrosa, pues suaviza lo que era un campamento nazi. No todo puede ‘hipsterizarse’ porque no todo puede volverse tierno o nostálgico.

[Fotograma de Moonrise Kingdom]

Lo mismo ocurre con el personaje interpretado por Sam Rockwell: el nazi borracho que ha matoneado a Jojo durante toda la película, pero que al final resultaba que tenía sentimientos y que lo ayudaría a escapar. Hay un intento, de nuevo, por volver tierno lo que no puede, en definitiva, causarnos nostalgia (recordemos acá que estamos hablando del Holocausto).

Jojo Rabbit parece olvidarse por momentos de lo que se trata: de un genocidio. Quienes la defienden explican que esa era la intención del director. Y he ahí mi punto: la forma parece estar por encima del fondo. Pesan más las intenciones del director, y su interpretación chaplineresca de Hitler (pues es él quien interpreta al Hitler imaginario), y sus gustos de vestimenta, etc. que cualquier intento por producir un pensamiento sobre el tema que ocupa a la película: el Holocausto.

Y sacrifica todo este mundo de reflexión por hacer un chiste flojo, pues Jojo Rabbit no es una parodia. Un buen remedo del fascismo lo deja en evidencia, revela algo de él. Acá, en cambio, lo oscurece, no dice nada, lo infantiliza. Jojo Rabbit hace ver el fascismo como un juego de niños, como un absurdo, una cosa de locos, y, más peligroso que todo, como algo superado, lejano, del pasado.

Cuando los niños juegan, juegan en serio. Los juegos son de vida o muerte para los niños. Y, en este sentido, podría haber en el juego una perspectiva interesante que revelara algo sobre el fascismo. En esta película, esta premisa se toma al revés: todo es un juego, es “de mentiras”, nada es en serio. Hacer una comedia no es no tomarse nada en serio. Todo lo contrario: la comedia, como los juegos de niños, deja ver algo, trae algo a la luz, pone atención, se detiene sobre lo que está fijando la mirada.

Así, lo que pretende ser una parodia del nazismo termina siendo una banalización. Como en La vida es bella, otra sobrevaloradísima sobre el Holocausto, en Jojo Rabbit se sugiere que los niños pueden ser inmunes al dolor y al sufrimiento de la guerra si son engañados. Y más aún: se sugiere que un genocidio puede leerse como un juego, cuando en definitiva es lo opuesto a un juego y lo opuesto a la imaginación: es el exterminio.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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