Iván Duques de Villahermosa y de Luna
Iván Duque y su programa “Prevención y acción” me hacen pensar en otros famosos duques.
En el capítulo XXX del libro de 1615 (segunda parte de la novela), Don Quijote y Sancho Panza se encuentran con un duque y una duquesa que los invitan a su castillo. Los duques (que para algunos estudiosos serían los de Villahermosa y de Luna, de ahí el título de este texto) han leído el Quijote de 1905, la primera parte de la novela que relata las aventuras de Don Quijote de la Mancha. Frívolos y malos lectores, los duques se proponen jugarles bromas a Don Quijote y a Sancho Panza. Su burla consiste en hacerles creer que son lo que creen ser: tratan a Don Quijote como un caballero y arman teatros para burlarse de sus dos invitados.
Entre los teatros que arman, los duques le hacen creer a Sancho que es gobernador de una isla. Para esto, lo hacen, en efecto, gobernador de un pueblo que ellos llaman la “ínsula Barataria”. Sancho, quien ya ha aprendido a imaginar, resuelve pleitos con mucha seriedad en su primer día como gobernador de la isla.
Cuando leí esto por primera vez, mi profesora de ese momento me hizo ver que quienes eran realmente burlados ante nuestros ojos, los de las lectoras atentas, eran los duques, pues no habían entendido ellos, como sí habíamos entendido Sancho Panza y nosotras, que no hay diferencia entre creer y ser. Sancho ya ha entendido que todo en el mundo puede ser más de una cosa: los molinos son gigantes y la amada es el mundo entero.
La mencionada profesora era Carolina Sanín, quien escribe en su texto “La poética de la desidentidad”:
“Entre los siglos XV y XVI sucede algo crucial que alimenta el discurso humanista –esto es, el discurso sobre la no identificación–: el descubrimiento de otro mundo en este.”
Y luego:
“La idea de que el mundo es un teatro y el hombre es su actor es tan frecuente en los siglos XVI y XVII que hasta el iletrado Sancho Panza le comenta a su amigo don Quijote que la ha oído muchas veces.”
Así es que Sancho se sabe parte de ese teatro en el que los duques creen haberlo engañado, y se sabe también parte del mundo: se toma en serio su papel de gobernador y se hace responsable de los pleitos que resuelve. Sabe él que debe actuar de gobernador y, entonces, es un gobernador. Los ridículos duques, pues, se están perdiendo de una parte entera del mundo, pues no se han dado cuenta de que cada cosa es múltiple. Creen que son los directores de ese teatro que han montado y que pueden manipular a sus invitados. No se conciben ellos mismos como actores del teatro y del mundo. Así, creen que pueden hacer todo pero en realidad no hacen nada.
En Colombia gobierna Iván Duque, que fue puesto en el lugar de presidente por su padrino político, Álvaro Uribe. Durante su gobierno ha habido ya dos paros nacionales de convocatoria masiva ante los que el presidente no ha hecho (¿o no ha podido hacer?, la pregunta está abierta) nada. El lector distraído podrá pensar que Iván Duque se parece a Sancho Panza: un presidente de mentiras. Sin embargo, Sancho parece estar más consciente de su gobernanza que Iván.
Hace poco más de un año, cuando fue declarada la pandemia por Coronavirus, el presidente Iván Duque lanzó “Prevención y acción”, un programa de televisión emitido todos los días a las 6 de la tarde y protagonizado por él para hacer pedagogía sobre el Covid-19, y que luego se convertiría en una hora diaria de propaganda política. El presidente se ha metido a sí mismo en un teatro, en el escenario de la pantalla. Me atrevería yo a decir que es consciente de su condición de títere, se sabe dentro de un teatro que ha sido montado para la ciudadanía en el que él debe interpretar un papel.
Más que parecerse a Sancho, Iván se parece a sus tocayos los duques (nótese que “duque” y “márquez”, ambos apellidos del presidente, son un nombre y un título: un rol, un papel). Iván Duque no ha comprendido, como los duques, que actuar significa interpretar un papel del modo en que hacen los actores del teatro o de la televisión; pero que también significa “hacer algo”. Así es que para el presidente es suficiente actuar en el primer sentido: hacer como si fuera el presidente, pues eso fue lo que entendió que debía hacer. (Se atreve incluso a incluir la palabra “acción” en el título de un programa en el que justamente no se invita a hacer nada ni se hace nada). Llevamos hoy más de una semana de protestas en Colombia y el presidente solo ha hablado sin decir nada, ha convocado a la nada. No se da cuenta de que es el presidente y no actúa en el segundo sentido de la palabra, no hace nada. Duque se sabe títere de otro y cree que el mundo, por ser un teatro, no es mundo. Cree que es tan solo un actor, pero es que, como sí sabe Sancho, quien sí se atreve a gobernar, ser actor es ser hombre.
Y hay más: no solo cree Duque que él es solo un actor, sino que además cree que es el único actor posible. Con su programa “Prevención y acción” ha tratado a la ciudadanía como espectadores de su teatro y no como actores del mundo. Eso es lo que hemos llamado “desconexión” y lo que los manifestantes tanto han criticado. El presidente de mentiras se sorprende al ver que gobierna un país de verdad, en el que los ciudadanos y ciudadanas de diversos sectores sí quieren actuar y están conscientes de su soberanía.
El buen lector sabe que lo que lee es sobre sí mismo. Por eso los duques, malos lectores, han perdido de vista que el Quijote es sobre ellos mismos y creen que están por fuera del teatro que es el mundo. Es este un segundo plano de la desconexión de Duque: cree que “el pueblo”, “la ciudadanía”, “el territorio”, “el país” no lo incluyen. Se percibe a sí mismo por fuera del país, pues cree que existe solo en el teatro pequeñito de la pantalla de televisión, no en el gran teatro del mundo.
En el Quijote, los duques creen que han sido graciosos pero realmente han sido ridículos, malos lectores y, con eso, crueles. La ineptitud, la mediocridad y la maldad de Iván Duque están estrechamente relacionadas son su miopía y su indiferencia. Ha trazado una línea entre interpretar y hacer, entre ser y creer, y con ello se está perdiendo de la multiplicidad de cada cosa, “del otro mundo dentro del mundo”. Le es imposible leer el país que gobierna, escuchar a la gente. Es por eso que sus soluciones son insuficientes, además de estúpidas: conversar con sus padrinos políticos, establecer diálogos con los partidos tradicionales, pero aún, con expresidentes. Todos los miembros de esta supuesta conversación están igual de desconectados de las exigencias del paro nacional, pues, como Duque, no son miembros activos de la sociedad, se conciben por fuera del país que dirigen o que han dirigido. Al final, son todos igual de imbéciles que él, aunque tal vez más perversos.
¡Qué viva el paro nacional!