Elvis, la ternura de una vanidad

Vi “Elvis” de Baz Luhrmann y quise escribir esto sobre la película y sobre el hombre.

Juliana Rodríguez Pabón
4 min readAug 4, 2022

En Elvis, la vida del rey del rock ‘n roll se cuenta a partir de dos ejes. Uno, sus influencias musicales, muchas veces borradas de su historia pero reivindicadas en la película de Baz Luhrmann. La fascinación por el gospel durante su infancia, su amistad con BB. King, su rebeldía al no aceptar las leyes de segregación en Memphis son escenas de la película que emocionan y que lo sitúan en un contexto. Lo vemos, por ejemplo, reaccionar al asesinato de Martin Luther King y al atentado al senador Robert Kennedy. No es, además, una reivindicación forzada, como tampoco lo fue cuando estaba vivo, pues nacía de una curiosidad genuina por la música negra, con la que creció.

El otro eje de la historia es su relación con el coronel Tom Parker, su representante desde su juventud hasta su muerte, que en la película es el narrador en voz en off. En su narración de los hechos, el coronel, interpretado por Tom Hanks, quiere defenderse, explicar por qué él no es el villano de la historia. Sin embargo, no por esto la película se pone de su lado y más bien denuncia, como hacen muchas otras biografías de celebridades, el trato abusivo que Elvis recibía del coronel.

A propósito del abuso financiero a músicos célebres, otra película que es menos conocida pero también muy buena es Love & Mercy, sobre Brian Wilson, integrante de los Beach Boys. Esta está contada en dos épocas de la vida del músico: el éxito de cuando joven y el deterioro de su salud mental; y ya adulto “recuperado” pero bajo el tratamiento y la vigilancia de su médico psiquiátrico y representante, el doctor Landy.

Además de tratarse más o menos de lo mismo, estas películas tienen una escena gemela. En Love & Mercy vemos a Brian Wilson producir el disco Pet Sounds. Hay escenas en las que él le da instrucciones a todos los músicos en un estudio de grabación y vemos cómo va armando una canción, añadiendo arreglos, mezclando sonidos. Aunque a veces estas escenas están puestas en la película para mostrar lo abrumado que podía sentirse Wilson con los sonidos de su cabeza, muestran también su talento como productor y arreglista.

En Elvis, lo vemos a él haciendo más o menos lo mismo: armando una canción. Mueve los dedos para darle señales al de la percusión, luego imita con la voz el sonido de los vientos, le da instrucciones al del bajo. Esta escena no es, sin embargo, en un estudio de grabación sino en el escenario del Hotel Internacional en un ensayo del show que inaugura su temporada en Las Vegas. Elvis prepara un show.

La película y su narrador insisten en cómo Elvis amaba el escenario, ser visto, tener un público. En la primera escena en la que lo vemos en el escenario, con un traje rosado, maquillado, con el pelo engominado, un hombre del público le grita “get a haircut, buttercup” (“péinate, mujercita”). Los hombres pocas veces nos dejan ver que les importa cómo se ven, cómo son percibidos; así que hay algo de dulce en la vanidad de este hombre que se para tímidamente en un escenario con un traje extravagante.

Esta es, en parte, una de las formas de abuso que el coronel ejercía sobre Elvis: controlar la forma en la que era percibido, controlar su imagen. No había nadie a quien le importara más su imagen que a Elvis. Su vanidad no era arrogante, aunque posara con orgullo, sino más bien tierna. Quien se maquilla, se para frente el espejo para engominarse el pelo, elige un traje y se perfuma nos deja ver que le importa cómo lo vemos, que le preocupa la mirada del otro y que la quiere complacer. Nos dice que está posando, que lo miremos.

Quien hace un chiste, por ejemplo, como lo hace él acá en el show de Ed Sullivan, está haciendo evidente el hecho de que quiere hacer reír a quien lo está oyendo y que la reacción de su público importa. Hay una muestra de vulnerabilidad en ese orgullo tímido con el que posa. Le pregunta a sus músicos que por qué será que gritan las mujeres del público, y ellos le responden “es tu meneo, sigue moviéndote”. Y él entonces se mueve más para oír más gritos. Baila frenéticamente, convulsiona, se arrastra por el piso. Y es por eso, por abrir esa ranura por la que se cola la ternura de su vanidad, que de repente suena un grito como involuntario entre el público: a las mujeres nos encanta.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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