El virus célebre

Juliana Rodríguez Pabón
4 min readJun 6, 2019

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Le tomo una foto a mis muelas recién extraídas. Se supone que son blancas pero se ven rojas. Un tejido rosado las recubre y contrasta con el fondo blanco del mantel sobre el que están puestas. Hacía muy poco había visto Antiviral (2012), del canadiense Brandon Cronenberg. En Antiviral todo es blanco. La ciudad es blanca, las vallas publicitarias son bancas, las batas de laboratorio son blancas y la piel del protagonista (Caleb Landry Jones) es blanquísima.

Antiviral está ambientada en un futuro en el que las farmacéuticas patentan y venden enfermedades de celebridades a sus fans para que estos sientan algún tipo de conexión con ellas. Syd March trabaja en uno de estos laboratorios y utiliza su cuerpo para incubar los virus que son propiedad de la empresa en la que trabaja para luego venderlos en el mercado negro. Su cliente más importante es un carnicero que vende carne cultivada a partir de las células enfermas de las celebridades. Con el paso del tiempo las cosas se complicarán para Syd, quien hospedará en su cuerpo una enfermedad fatal cuya cura debe encontrar.

Como ya dije, en Antiviral todo es blanco. Los personajes son del mismo color del vestuario y del fondo. Y es que eso es lo que hace un virus: vivir en otro, reproducirse solo en las células de otro. Eso hace por sus clientes la clínica en la que trabaja Syd: los funde con sus ídolos. Una parte de la celebridad, la infección, vivirá en ellos después de habérsela inyectado. Y lo mismo hace Cronenberg cuando funde a sus personajes con el paisaje blanco de la ciudad, de la clínica y de las vallas publicitarias: los funde con su entorno como el virus en el cuerpo.

Esta sociedad obsesionada con las celebridades ha institucionalizado y patentado las enfermedades y los virus. Es blanca, higiénica, ordenada. Es por esto que cuando se ve una gota de sangre, se ve tres veces más. Empiezan a haber en la película contrastes entre el rojo de la sangre y el blanco de la piel y del entorno. Lo corporal empieza a verse y sentirse más a medida en que la infección se le va saliendo de control a los personajes. Hay una oposición del blanco higiénico, médico y corporativo contra el rojo corporal, sanguinolento, carnoso. El cuerpo empieza a manifestarse. Pareciera que, a través de la enfermedad, expresara que no puede ser controlado ni patentado ni reproducido. Brandon Cronenberg, sin embargo, no da un final alentador a esta historia, pues rápidamente los intereses capitalistas logran volver a blanquear el cuerpo de Syd.

Hay, entonces, un consumo capitalista del cuerpo. Las enfermedades y las células se compran y se venden. Hay un código del cine de terror que se ha repetido muchas veces: el cuerpo enfermo como el cuerpo monstruoso. Y acá Cronenberg lo reproduce una vez más: Syd empieza a deformarse y a resultarle repulsivo a sus colegas a medida en que la enfermedad avanza en su cuerpo. Pero en Antiviral este código es llevado más lejos, pues el cuerpo enfermo, si bien es monstruoso, es también bello y deseable, es un producto capitalizado. Esto recuerda al cine de su padre, David Cronenberg, que es padre también del body horror (véase Crash para el cuerpo roto como objeto de deseo y Deadringers para la curiosidad por lo médico y la enfermedad).

Hay en la enfermedad una conexión especial por la que pagan los clientes de la clínica. Solo a través de un virus que se hospeda en el propio cuerpo podrán los fans sentirse verdaderamente cercanos a los famosos. Como los virus, las celebridades solo pueden ser en otros. Nadie puede ser célebre si no es celebrado. Casi que por naturaleza necesitan ser consumidos para seguir siendo famosos, para no morir. Por eso los fans consumen también la carne hecha a partir de sus células, pues el consumo de la vida de las celebridades a través de sus redes sociales, de los reality shows y de los programas de chismes ya no basta en la sociedad de Antiviral, ahora debemos consumir también su cuerpo. Y por eso también los científicos logran piratear o reproducir una copia de la celebridad prescindiendo así de su cuerpo. Viven y son consumidos aún cuando han muerto. Igual que en el cristianismo, la verdadera devoción se encuentra en consumir y hospedar el cuerpo del otro en el propio. Y cuando ese cuerpo no exista más, se reproducirá como la hostia en la iglesia. Al final, no hay mucha distancia entre hacer la comunión los domingos en misa e ir a chutarse un jeringazo de Kim Kardashian.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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