El verdadero detective
En las últimas series que he visto, el verdadero detective es el que se involucra en el caso en el que trabaja, el que se lo toma personal. Existe un relato oficial de cualquier caso criminal: un expediente que detalla los sucesos, la escena del crimen, la investigación, la evidencia y el juicio. Las series policiales de televisión cuentan lo que está por fuera del expediente.
Así, solo hay historia en tanto hay intimidad, en tanto hay algo extra oficial que se mueve por fuera del relato del expediente. Esta intimidad es la que solemos ver en la pantalla y por la que sentimos alguna atracción. Sin ella, no hay narración, no hay historia que contar. Lo personal e íntimo de un caso funciona como un pretexto para contar su historia, pues sin esto solo quedaría el expediente. Para que existan los relatos policiales, entonces, los casos deben cambiarle la vida al detective protagonista. Los vínculos que este establece con las víctimas o con el victimario es lo que gozamos ver.
Y solo en ese involucramiento personal hay lucidez. Así, el verdadero detective es el único que sabrá la verdad, que no necesariamente es siempre el equivalente a el culpable. En la serie australiana Deep Water, la detective Tori Lustigman está convencida de que el caso de brutal asesinato que le han asignado en Bondi Beach está relacionado con crímenes de odio de los años 80 y 90. Nadie más ve esta relación. Esto se debe a, además de la corrupción y la misoginia de sus colegas y de sus superiores, que solo Tori puede tomarse este caso como personal. Su hermano gay ha desaparecido hace años y ella sospecha que su desaparición puede tener que ver con la homofobia de estos otros asesinatos. Solo ella, en calidad de familiar de una víctima —y como víctima ella misma de las masculinidades tóxicas de Bondi — puede ver el odio que conecta los crímenes en la playa australiana.
Lo mismo le ocurre a la detective Olivia Benson en Law & Order: Especial Victims Unit, que dirige investigaciones de delitos de índole sexual en la ciudad de Nueva York. Olivia suele ser criticada por sus colegas por involucrarse personalmente con las víctimas de los casos que se le asignan, por sentir su dolor como propio. Pero es esta característica, estas emociones que desatan en ella todos los casos, lo que la hace una buena detective. Al final, ser mujer y sufrir en carne propia la misoginia institucional hace que pueda ver con mayor facilidad y lucidez los motivos de los victimarios que investiga y persigue.
Camille Parker, protagonista de Sharp Objects, no es una detective sino una periodista. Su jefe la manda de vuelta a su pueblo natal con la tarea de escribir la historia sobre una serie de asesinatos de jovencitas que son lo que ella alguna vez fue. A lo largo de la serie nos vamos enterando de los secretos que guarda Camille, secretos que no se verían en el expediente del caso ni en la crónica para prensa. Solo en el momento en que Camille enfrenta los fantasmas de su pasado, puede ver con claridad todos los ángulos del caso. Incluso el detective encargado, Richard Willis, entiende por completo la complejidad de los asesinatos solo cuando se involucra sentimentalmente con Camille, solo así puede entender la vida de los habitantes de Wind Gap y los motivos del asesino.
(spoiler!) En el caso de Camille, la verdad reside en su propia casa. Sin ella, el detective Willis no habría podido entender las dinámicas de Wind Gap, y por lo tanto no habría dado con el culpable. Este tropo del detective que vuelve a casa a resolver un caso pareciera insinuar que los casos criminales solo pueden resolverse desde dentro. Solo en el momento de reconocerse a sí misma como víctima de su madre, Camille llega a la revelación de que la asesina vive en su propia casa.
Igual que Camille, el detective Harry Ambrose vuelve también a su pueblo natal para tratar un caso en la segunda temporada de The Sinner (acá lo que escribí sobre la primera temporada de esta serie). Allá se encuentra con la hija de un viejo amigo, la detective Heather Novack. Novack lo ha llamado para investigar el asesinato de una pareja a manos de un niño de 13 años, Julian Walker. A lo largo de la temporada vemos que Ambrose simpatiza con Julian. El detective, esta vez, se identifica con el victimario. Ambos encargados del caso se ven envueltos en una trama que los obligará a enfrentar, como a Camille, traumas pasados que han sido reprimidos (Ambrose por un recuerdo de niñez y Novack por la pérdida de una amiga que podría estar involucrada en el caso), y en este enfrentamiento alcanzan la lucidez.
Se necesita, entonces, reflejo, empatía y reconocimiento en el otro (víctima o victimario) para ser un verdadero detective, un detective de la verdad. El verdadero detective es el buen lector, que entiende la historia como suya y por eso puede ver y descifrar pistas que los otros no. Así, en tanto el detective compromete su cuerpo y sus emociones en el caso, hay una narración extra oficial, y en tanto existe esta narración, hay una lectura, la nuestra, la del espectador, que es una suerte de segundo detective.
El verdadero detective parece oponerse al buen detective. Dado que se involucra emocionalmente con un caso y se obsesiona con facilidad, el verdadero detective no encaja fácilmente en la sociedad. Martin Hart, policía del departamento de Louisiana en la primera temporada de True Detective, tiene una familia y una casa. Hace chistes sobre los casos en los que trabaja y se mantiene siempre profesional. Tiene olfato agudo y buena intuición. Es metódico y sigue las reglas. Es un buen detective.
Esto en oposición a su compañero Rust Cohle, recién llegado de hacer trabajo de infiltrado en Texas. Rusty es alcohólico y paranóico, lo que agudiza su instinto de sospecha. Está más en busca de la verdad que de la justicia. Protege más la verdad que la vida. Ha perdido a una hija en el pasado, por lo que está deprimido y por lo que le duelen especialmente las jóvenes mujeres víctimas del asesino que persigue.
Un viejo y jubilado Wayne Hays, de la tercera temporada, se obsesiona con el caso que trabajó en 1980 y pretende resolverlo después de que han pasado ya varias décadas y a pesar de una enfermedad degenerativa que no le permite recordar. No hubo más casos después de este en la vida de Hays. Distinto del buen Roland West, su compañero, respetuoso de la autoridad y estratégico navegante de las aguas de la burocracia. Cuando en el 80 esta pareja de detectives pone tras las rejas al que creen es el culpable de la desaparición de dos niños en el pueblo de Ozarks, los destinos de ambos cambian. Este caso significa el fin de la carrera policial de Hays, quien se obsesiona con la verdad y nunca está satisfecho con la forma en la que se cierra el caso. West, en cambio, recibe un ascenso y años más tarde lo veremos en un cargo administrativo.
El verdadero detective se involucra emocionalmente. Se vuelve lector del caso que investiga y vive el dolor como propio. Es también autor al nunca estar conforme con la versión oficial de la investigación. Requiere de otro relato, de uno por fuera del expediente. El verdadero detective encuentra la verdad y la protege, pero su vida queda detenida. Esta verdad lo desborda.