El show de Charlie Manson

Juliana Rodríguez Pabón
5 min readSep 13, 2019

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En su stand up para Netflix Right Now, Aziz Ansari hace un chiste sobre nuestra manera de consumir documentales como Surviving R. Kelly (sobre las múltiples acusaciones al cantante de abuso sexual) y Leaving Neverland (con los testimonios de dos víctimas de Michael Jackson) como productos de entretenimiento. Yo hago chistes sobre mi propia obsesión con series y películas de asesinos en serie, además de haberme obsesionado también con dichos documentales más temprano este año.

A principios de la década del 70 Charles Manson es condenado a cadena perpetua por orquestar los asesinatos de siete personas en el estado de California. Es tal vez el asesino en serie más famoso y el que ha inspirado más películas y canciones. Durante su juicio los medios incluso lo llamaban Charlie, como quien llama J. Lo a Jennifer Lopez. Un celebridad.

Damon Harriman interpreta a Charles Manson en la serie Minshunter y en la película Once Upon A Time In… Hollywood.

Sobre esto reflexiona la primera temporada de Mindhunter, que muestra a Holden Ford, agente del FBI que entrevista asesinos en serie para estudiar su conducta, obsesionado con las mentes criminales que investiga. Durante la primera temporada Holden es un grupie como yo, un televidente.

La serie es consciente de ser ese producto cultural que consumimos de manera morbosa para entender (si es que se puede) la conducta de un asesino en serie. En la segunda temporada, estrenada hace casi un mes en Netflix, Holden y su compañero logran entrevistar a Charles Manson. Holden se pone de pie cuando la celda se abre. Sonríe cuando lo ve y yo también. Se ríe de los chistes de Manson y le regala sus gafas de sol cuando este se las pide. Mindhunter nos pone en problemas cuando nos vemos a nosotros mismos en Holden, elevando a este personaje, llamándolo cariñosamente Charlie.

Veo la misma consciencia en la última película de Quentin Tarantino, Once Upon a Time in… Hollywood. Tarantino es un poco más juguetón que David Fincher, director de Mindhunter. Sabe que el público no solo espera la violencia de la Familia Manson sino también la suya, la de sus películas.

La película y la serie le dedican muy poco a la aparición del famoso asesino. La entrevista que los dos agentes del FBI le hacen a Manson dura solo diez minutos de toda la temporada, y la aparición de Charlie dura tan solo unos segundos de las tres horas que dura la película de Tarantino. Ambos directores están más interesados en la atmósfera alrededor de Manson que en el mismo personaje. Ambos le dedican más tiempo a la expectativa que genera verlo que a la propia aparición.

Tarantino juega con esa intriga durante toda la película. Sabe que el público espera la violencia de su estilo y del de Manson, sabe que esperamos las letras pintadas con la sangre de Sharon Tate en la pared. Suma un narrador en voz en off en los últimos 40 minutos de la película, durante el día y la noche del asesinato. Esa noche uno de los personajes prende el televisor y un presentador de un programa de concurso dice “por fin ha llegado el momento que todos esperaban”, como diciéndonoslo a nosotros. Nos ha llevado antes al rancho en el que vive la Familia Manson, rancho que antes era un set de cine. Con esto nos dice que sabe que lo estamos viendo, que sabe lo que esperamos, que todo lo que vemos es una puesta en escena.

Se burla de nosotros, nos hace un chiste. Nos lleva al cine con la promesa de una película sobre los asesinatos de la Familia Manson y nos hace ver una película sobre Hollywood. Hace con esto un comentario sobre el cine y juega con nuestro morbo. El chiste, sin embargo, es tal vez un poco largo y un poco demasiado. El western, el juego de la película dentro de la película y la nostalgia sesentera (en resumen, las dos horas y media anteriores a la fecha del asesinato de la Familia Manson), si bien hacen parte del chiste de esquivar las expectativas del público, terminan siendo un capricho y un derroche del cálculo de Tarantino.

En su serie, Fincher también nos hace un guiño. En la segunda temporada de Mindhunter nosotros, el público, aparecemos varias veces. Cada vez que en un evento social los agentes del FBI deben hablar de su trabajo, se forma alrededor de ellos un público goloso e insaciable que prefiere oír las historias de la boca de los entrevistadores que leerlas en los informes que entregan.

Decía yo que en su primera temporada, la serie se preocupa por el tema de cómo hemos hecho de los asesinos en serie unas celebridades. Diría que en esta segunda temporada, la preocupación gira en torno a la narración de los asesinos, a su compulsión por controlar el relato sobre ellos mismos. En las entrevistas que los agentes le hacen a los asesinos, estos explican con detalle cómo deben ser leídos y recordados. Algunos, como el Hijo de Sam, otra celebridad, llegan a ponerse a sí mismos el apodo por el que quieren que se hable de ellos en los medios y en las investigaciones. La serie muestra, entonces, cómo el discurso y el cubrimiento mediático de los asesinos en serie es también una puesta en escena orquestada por ellos mismos.

Se me ocurre que este cálculo, este capricho y esta obsesión por el propio relato es incluso equiparable con la de un director de cine, con la de Tarantino, por ejemplo. La exactitud en la escenografía, en el vestuario, el encuentro perfecto entre el lejano oeste y el Hollywood de los sesenta, los programas en la televisión, todo responde al frío cálculo de Tarantino, a la forma en la que él quiere que sea leída la historia que escribió.

Y en esta obsesión por tener el control de la narración, hace el más elevado homenaje a uno de sus personajes. Salva a Sharon Tate y con esto hace que pensemos en ella por la actriz que era, por sus años en Hollywood, y no por su muerte. Cambia el relato sobre ella. Ya lo hemos visto antes: Django termina desencadenado y Hitler muerto en otras de sus películas.

Tarantino, dudo que intencionalmente, queda envuelto también en su chiste. Se burla de nosotros pero hace también una parodia de sí mismo. Eleva a Sharon Tate por encima de Charles Manson. Le quita a él su estatus de celebridad para dárselo a ella en reemplazo de su lugar de víctima. Y al tiempo en que hace todo esto, hace una película excesiva en la que cumple todos sus caprichos aun cuando no aportan ni a la narrativa ni al chiste que quiere hacer. Se equipara a sí mismo con Manson en el cálculo de su puesta en escena al tiempo en que, como a Manson, se quita importancia para celebrar a uno de sus personajes, para imaginarle una vida después de la vida.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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