El olvido de sí en El Padre
En El Padre, Anthony es un hombre de 83 años que pasa los días intentando descifrar qué sucede en su apartamento. La interpretación de Anthony Hopkins es impresionante.
Siempre, cuando he visto u oído historias sobre personas que pierden la memoria con la vejez, he temido que con los años se borre el conocimiento y las ideas que haya acumulado durante mi vida. Este es el caso, por ejemplo, de Alice Howland, la protagonista de Still Alice (mal traducida como “Siempre Alice”, cuando debería ser “Todavía Alice”). Alice, interpretada por Julianne Moore, es una lingüista de la Universidad de Columbia que padece Alzheimer. La enfermedad empobrece su relación con las palabras, que es a lo que ha dedicado su vida.
El Padre me ha dado otra idea sobre el tema. En ella, Anthony es un hombre de 83 años que no logra descifrar lo que sucede en su apartamento. Un día puede durar quince minutos o treinta horas, el tiempo se desdibuja. Los espacios también: a veces despierta para encontrarse con que algunos detalles de su apartamento han variado o también se cruza con personajes que se mezclan entre sí. También ha olvidado algunos acontecimientos importantes de su vida y su memoria a corto plazo se borra y se resetea. Se le escapan algunos secretos de sí mismo: el escondite de los objetos valiosos, por ejemplo.
Los secretos son información sobre mí misma que guardo solo yo, que existen solo en mi mente. Hay algunos secretos que no guardo conscientemente, pero que ahí están. A veces se revelan ante mí y causan una mezcla de extrañeza y familiaridad. Pienso que los secretos son información que vive solo en mí y que configuran, en cierto sentido, quien soy yo o al menos cómo me percibo a mí misma. Anthony se siente especialmente expuesto cuando su hija revela delante de un hombre desconocido para él el escondite de su reloj. Es reservado y especialmente receloso con sus secretos, se aferra a ellos. (Se me ocurre que hay dos maneras de perder los secretos: olvidarlos o revelarlos a otros). Si no tengo mis secretos, ¿qué me queda?
El título de Still Alice sugiere que la protagonista seguirá siendo, todavía, ella misma. (Y sin embargo el final deja un sinsabor: Alice se interpone, por olvidadiza, en el cumplimiento de su propia voluntad). En El Padre asistimos al olvido de sí. A lo largo de la película, Anthony deja de confiar en su percepción de las cosas. Al principio lo vemos seguro de sí mismo y altanero; pero a medida que avanza el día (o los días, no sabemos realmente cuánto tiempo ha pasado), Anthony se da cuenta de que su mirada no es de fiar y entonces lo vemos llorar. En la terrible última escena, Anthony se ha convertido en un niño que quiere a su madre. Llega incluso a confundir a su hija con su madre: pensar en una lo hace mencionar a la otra. Así, al final de la película, no es ya un padre sino un hijo.
Anthony es interpretado por Anthony Hopkins, quien también tiene 83 años. Quienes poco sabemos de cine o de técnicas de actuación, solemos juzgar la interpretación de un actor como buena o mala según nos emociona. Si le creemos, si le tememos, si nos hace reír, si nos hace llorar, si nos enternece, lo hizo bien. Me parece un buen criterio. Esta vez, sin embargo, creo que Hopkins hace algo con su interpretación, algo además de emocionarme.
En el ejercicio de la actuación, Hopkins debe olvidarse de sí mismo para ser otro igual a él. Se pone a sí mismo en el lugar de Anthony-personaje al someterse al olvido de sí para ser otro. En la última escena le pregunta a la enfermera ¿quién soy yo? y ella responde “Anthony”, y con eso, la mención del nombre, les está respondiendo a ambos, al personaje y al actor. Vemos la mirada confundida del actor que se mira en un espejo distorsionado, como está distorsionada la realidad del personaje.
Escribo esto y me pregunto si no es a eso a lo que asistimos siempre que vamos a cine: al olvido de/encuentro con sí mismos de quienes interpretan un personaje. Se me ocurre, además, que quien actúa está más expuesto que quien escribe, pues pone su gesto, su cuerpo, su rostro, sus movimientos al servicio de la interpretación. El escritor está detrás de la palabra, en cambio el actor está, él, ahí, con una cámara apuntándole en primer plano, llorando en frente de nosotros, regalándonos algo de su intimidad. Anthony Hopkins me pareció un actor generoso.
(La manera en la que está contado el relato en El Padre también me hace imaginar cómo es el rodaje y la edición de una película: una cosa se graba o se interpreta después de la otra pero realmente sucede antes, las escenas ocurren más de una vez, hay pausas, recortes, diálogos que se dejan por fuera, escenarios que cambian…)
Florian Zeller, quien hasta ahora se había dedicado al teatro y debuta como director de cine con El Padre, ha sabido hacer una película que produce en el espectador el mismo vértigo que el actor debe sentir cuando interpreta un personaje y el mismo que el personaje siente al darse cuenta de que ha olvidado quien es.