El espectáculo de Tiger King

Tiger King, miniserie documental de Netflix, sigue la rivalidad entre Joe Exotic, propietario, coleccionista y criador de tigres, y Carole Baskin, propietaria del santuario animal Big Cat Rescue en California.

Juliana Rodríguez Pabón
5 min readApr 11, 2020

Joe Exotic es un hombre obsesionado con los felinos grandes, igual que Carole Baskin. Ella dice abanderarse de la defensa de los animales y él es un excéntrico coleccionista de Oklahoma que además es gay y polígamo. Ella tiene un santuario al que lleva felinos rescatados y él los exhibe en su zoológico. Los animales de ambos están encerrados en jaulas.

En un principio, la pelea entre ellos parece fundada en una diferencia de principios y en la idea que cada uno tiene de cómo deben amarse a los animales. Luego se verá que es una batalla de celebridades: quién es más famoso, quién tiene más seguidores en Facebook, quién puede llamarse a sí mismo el rescatador de animales (la serie sigue, incluso, la pelea legal por el nombre de Big Cat Rescue, título que llevaba el santuario de Carole Baskin). Esta pelea es, en últimas, un pelea por quien puede interpretar mejor el papel de amador de animales, quién los ama de verdad.

A lo largo de la serie puede verse que los tigres y los animales silvestres en general generan un efecto hipnótico en los personajes. Todos están obsesionados con los felinos, todos los quieren tocar, todos quieren jugar con ellos. Así, el personaje que cada uno construye es, sí, el del verdadero amador de animales, pero este es al final el del verdadero domador de animales. No se trata entonces de quién los quiere más sino de a quién quieren más los tigres (y, luego, los otros humanos (quien tiene más gente de su lado, quien es más admirado, quien tiene, incluso, más votos, etc.)). El domador (y acá me refiero a Joe pero también a Carole) se ufana de que “solo a mí no me hacen nada”. Este efecto casi adictivo de los tigres, entonces, es un deseo de posesión, de tenerlos y llamarlos míos. Este morbo que despiertan los animales exóticos es, tal vez, el que hizo que yo no pudiera parar de ver la serie como quien ve a un tigre jugar en un zoológico.

Como la batalla es una batalla de actores (pues es sobre quién puede interpretar mejor el papel de rey de los tigres), todo en la serie se siente dramatizado. Como todo, además, es tan raro, una podría pensar que se trata de un falso documental o de un reality show. Joe, de hecho, produciría un reality show sobre sí mismo. Hay en la serie esta necesidad de documentarlo todo (Joe tiene un estudio de grabación dentro del zoológico y Carole hace transmisión por Facebook todos los días), que obedece, de nuevo, a la necesidad de ser una celebridad, de construir un personaje, de interpretar un papel.

Hay algo, entonces, en la forma de la serie, que, como Joe, es una coleccionista de rarezas. En cada capítulo, algo más excéntrico que lo anterior sale a la luz. Hacia la mitad, la serie empieza a ponerse más y más oscura: animales en cautiverio, sectas, explotación laboral, sospechas de homicidio, metanfetamina, armas y, por último, una investigación federal y un hombre en la cárcel (humanos en cautiverio). La serie pone su mirada en Joe como él pone la suya sobre los animales: lo exhibe y lo exotiza. Y en esa exhibición y exotización, naturaliza el abuso en general (a los trabajadores, a las mujeres, a los animales (que están encerrados, pues no dramatizan nada, hacen parte de la escenografía pero no interpretan ellos un papel)).

(Qué distinto a la vez que similar todo esto de lo que hace Werner Herzog en el documental Grizzly Man (atención acá también al título, el hombre convertido en oso, en comparación con el de la serie de Netflix, el rey de los tigres), en el que rinde homenaje a Timothy Treadwell, ambientalista que vivió durante algún tiempo en una reserva natural con osos Grizzly. Treadwell, como Joe Exotic, siente una necesidad de documentar cualquiera de sus interacciones con los osos. Sin embargo, en este caso, esa necesidad de documentar es contemplativa y no exotizadora. Herzog admira esta forma de ver las cosas, de poner la mirada sobre algo, y es por esto que, lo dice él mismo, le hace homenaje no solo como ambientalista sino también como documentalista.

En las más de cien horas de archivo que tiene Treadwell de su vida en la reserva, lo podemos ver conversando con los osos, quienes, por supuesto, no le responden nunca. Algo parecido hace Herzog con Treadwell, con quien difiere en algunas cosas y a quien admira: le habla aunque este muerto, pone en pantalla la imposibilidad de una conversación. Así, Herzog ve a Treadwell como Treadwell ve a los osos. Y así, también, Tiger King mostrará en su forma cómo Joe Exotic ve a los tigres. En un caso se trata de curiosidad contemplativa y en el otro de repulsión exotizadora).

Vuelvo a Tiger King, que aunque deja ver con su forma y su tono la manera en la que Joe Exotic se relaciona con los animales (y con eso la forma en la que todos nos relacionamos con ellos y con nosotros mismos, etc), me parece problemática. En sus últimos diez minutos la serie cambia de tono por completo y reflexiona, de manera afanada, sobre el papel de los animales en todo este espectáculo que ya hemos visto durante siete capítulos. No es que el documental tuviera que tener un tono de denuncia necesariamente (lo cual no hubiera dejado ver la estética del derroche y la miseria que sí deja ver el reality show y que, para mí, es lo más interesante de la serie), pero estos últimos diez minutos se sienten no solo desacordes sino hipócritas en relación con la naturalización (a la vez que exotización) del abuso que ha habido en el resto de capítulos. Al final, al menos se nos advierte que no todo era un espectáculo.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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