Don’t look up: sobre no creer en nada

En Don’t look up, dos astrónomos descubren que un cometa se dirige al planeta Tierra y no logran que a nadie le importe. Es buena de tan obvia que es y me hizo pensar en algo que me tiene preocupada: la postura de no creer en nada (o de hacerse el incrédulo).

Juliana Rodríguez Pabón
5 min readJan 18, 2022

Vi Dont’ look up. Los mejores papeles son interpretados por Meryl Streep y Jonah Hill, la presidenta de EE.UU. y su hijo (y jefe de gabinete), que se toman a la ligera el hecho de que un cometa se dirija al planeta Tierra y vaya a destruirlo todo. Lo que más me gustó de la película es que entiende y sabe mostrar (y burlarse de) la manera en la que percibimos y tergiversamos lo que conocemos. El título hace referencia a una campaña que niega que el cometa en efecto se dirija hacia la Tierra y que invita a los ciudadanos a “no mirar arriba” para que ellos, como la presidenta, sigan en negación.

Cada vez más, me parece, se trata el calentamiento global como a una creencia y no como a un hecho. Esto me preocupa, en primer lugar, porque no quiero que el mundo se acabe. En segundo lugar, este escepticismo frente a los hechos me preocupa porque tal vez no nos lleve solo al fin del mundo sino al fin del pensamiento (y acá caigo en un absurdo porque, al fin y al cabo, sin mundo no habrá pensamiento). En la película, cuando el trío de astrónomos quiere sustentar su descubrimiento con “ciencia” (es decir, exponer sus cálculos), pierden el interés de sus interlocutores. Así pasa con la presidenta y luego con los presentadores del talk show al que son invitados.

Esto ocurre porque las cifras y los números no significan mucho para quienes no son astrónomos. Así que lo mejor, para hacerse entender, es simplemente dar la noticia: se dirige un cometa al planeta en el que vivimos y su choque contra la Tierra ocasionará nuestra extinción y la de las demás especies. Cuando los astrónomos dan esta noticia, cuentan con la fe de sus interlocutores. Quienes no somos científicos tendríamos entonces que creer.

En la película, un hombre le dice a la astrónoma (interpretada por Jennifer Lawrence) en una entrevista que “por qué habríamos de creerle”. Esta es la posición de quienes se niegan a mirar arriba: son desconvencidos. Es cierto que antes ya los científicos nos han fallado en su observación del mundo. Mucho se repite ahora que “la ciencia no es neutral” y que muchas veces está al servicio de los intereses de unos cuantos. Es cierto y ya lo hemos oído un millón de veces.

La desconfianza, pues, parece justificada. Ahora, además, existen discursos en las redes sociales repetidos hasta el cansancio que se han vuelto lugares comunes, retahílas que se repiten sin pensar y que parecen constituir “la forma correcta” de vivir. Entonces parece tener sentido dudar de todo (de lo que dicen dos astrónomos, de lo que se escribe en las redes sociales, de lo que dice el cura en la misa, de lo que vemos en las noticias), pues todo parece o tiene el potencial de ser adoctrinamiento.

Sin embargo, creo que hemos confundido “no tragar entero” con “no creer en nada” y entonces el mundo vive carente de fe. Se confunde la suspicacia con la perspicacia. Quien reta a la astrónoma, por ejemplo, a que le sustente su descubrimiento se siente muy perspicaz, aun cuando no vaya a entender la explicación que ella le dé. Y veo esto replicado a mi alrededor: hoy hay un movimiento organizado de personas que no quieren aplicarse la vacuna en medio de una pandemia, o, para llevarlo más lejos, que creen que la Tierra es plana. Más allá de que la gente se vacune o no, me preocupa que nadie crea en nada, que no crean en la evidencia científica, en la experiencia de alguien con quien están conversando, en Dios, en los astros, en el amor. Pareciera que vivir desconfiado fuera ser inteligente y hemos perdido de vista que para conocer hay que creer.

Esta postura de no creer (de “no mirar arriba”, de la manera en la que los creyentes miran a Dios) es doblemente peligrosa, pues parece ser muy inteligente. Da la impresión de que quien desafió a otro pidiéndole explicación ya pensó y ya criticó. Sin embargo, no hace lo mismo quien reta a otro a que le dé una explicación y quien realmente se hace una pregunta. Para el primero, no habrá respuesta válida (y entonces ronca ante los cálculos del astrónomo). El segundo escuchará y tal vez pensará o aprenderá algo. Quien reclama explicaciones en vez de hacerse preguntas estará paralizado. Eso pasa en la película: la mitad de la población, los que miran abajo, no hacen nada para evitar que el mundo se acabe. Y pasa también en la vida real: he visto personas renuentes a cambiar su alimentación porque “no les han demostrado que los animales sienten” o renuentes a usar menos plástico porque “no les han demostrado que eso pueda salvar el mundo” (lo cual es una falacia lógica pues para demostrárselo tendrían que hacerlo). Me asusta imaginar qué pasará con nosotros si de verdad no creemos en nada. Y ya no hablo solo del fin del mundo ni del cambio climático; sino de verdad de la posibilidad de convertirnos en completos descreídos que no pueden confiar ni siquiera en las buenas intenciones del otro.

Si bien esto me asusta y me preocupa, debo aclarar que no creo que la absoluta incredulidad y el cinismo mal entendido sean el camino hacia el que vamos necesariamente. No es cierto que en la película nadie crea en nada. Es cierto que desconfían, sí, pero no que no crean. En efecto, quienes miran hacia abajo creen en el progreso, en “los trabajos que dará el cometa”, “en los minerales que nos harán ricos”. Leí recientemente un artículo de Yayo Herrero sobre lo que ella llama “ciencia ficción supremacista”, en el que critica que un proyecto de escapada a Marte (propuesto por el multimillonario Elon Musk) parezca más posible que cambiar nuestro modelo insostenible. Así, dice Herrero, para muchos es más fácil de creer que se salven un millón de ricos, escapen a Marte, vivan austeramente y sin nada de lo que hay acá en la Tierra; que creer en cambiar nuestro modelo violento y destructivo por uno que esté en equilibrio con el planeta. Esto es terriblemente peligroso para el planeta que habitamos y también para nuestra imaginación: perderemos de vista, justo cuando parecía que lo habíamos entendido, el impacto que tenemos en el mundo, que nuestras acciones, de este lado, pueden impactar la vida de otros que viven en el océano, en el bosque, del otro lado del mundo. Es decir que nos haremos pequeños, pues perderemos de vista nuestra propia inmensidad.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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