Chernobyl e Hidroituango: riesgo y sacrificio
*Escrito en coautoría con Jorge Sanabria
Chernobyl, la serie de HBO de más temprano este año, se presenta a sí misma como la historia no contada sobre el accidente nuclear en abril de 1986. Cuando la vimos, no paramos de pensar en su similitud con la emergencia en Hidroituango.
La serie de HBO gira en torno a Valeri Legásov, el científico a cargo del comité de investigación del accidente y quien hizo pública la negligencia del gobierno soviético que, junto con un error humano, habría causado la explosión. El gobierno soviético ahorraba dinero en la refrigeración del núcleo de la planta y habría callado a la comunidad científica años atrás cuando esto se había descubierto.
Igual que en la URSS, la emergencia de Hidroituango se debe también a una negligencia para ahorrar dinero y apurar la construcción de la represa. Ambos proyectos se centran en la generación de energía, prometen desarrollo económico y se presentan como símbolo del avance y la capacidad tecnológicos de un país. Sin embargo, ambos resultarían convirtiéndose en una amenaza no solo para las comunidades cercanas sino también para el medio ambiente.
La serie explora el tema de la información y el secretismo. Después del accidente, el personaje de Uliana Khomyuk (que, si bien es un personaje ficticio, representa a la comunidad científica rusa de entonces) descubre que las páginas de un estudio sobre plantas nucleares que podría estar relacionado con la causa de la explosión fueron arrancadas y su autor asesinado. Se da cuenta, entonces, de que el gobierno ruso ha sido consciente durante años del defecto fatal con el que son diseñadas sus plantas nucleares.
Chernobyl pone en evidencia que el poder depende de la retención de la verdad. Así, solo algunos tienen acceso a la información completa sobre los riesgos y toman las decisiones que afectarán la vida de otros. Las escenas de las reuniones alrededor de Gorbachov en la serie, en las que los hombres más poderosos de la URSS le restan importancia al accidente nuclear, nos recuerdan al discurso mediático que hubo en un inicio en el cubrimiento de la emergencia de Hidroituango, y ni hablar del proceso de selección para la constructora que ganaría el contrato de la represa, hecho también a puerta cerrada y sin hacerse público.
Esta negación de la urgencia y del riesgo se hace, por supuesto, para defender la reputación de la nación. La serie muestra esta absurda necesidad de proteger la imagen de la URSS por encima de cualquier otra cosa. Esto, aunque la magnitud de los riesgos fuera tan grande que se hiciera evidente para las otras naciones. También en Hidroituango, el riesgo que representa el fallo de la presa es tan alto que no puede seguir ocultándose, tanto que podría ser recordado como una de las catástrofes más grandes de la ingeniería.
Es por esto que en la serie, que entiende el discurso científico como cercano a la memoria histórica, el gobierno soviético toma medidas desesperadas para borrar el rastro de su incompetencia. Y como resultado, una ciudad símbolo de desarrollo y progreso queda convertida en una ciudad fantasma. El caso colombiano tiene el agravante de que en la zona del embalse se ha denunciado la existencia de fosas comunes. En este sentido, la apresurada inundación del embalse se ha llevado ya cualquier rastro de lo que pudiera explicar esas desapariciones. Se han arrancado las páginas de esa historia.
La serie se pregunta por esa nación que se está defendiendo. Para mitigar los efectos de la explosión, mineros, soldados, bomberos, ingenieros y científicos están dispuestos a sacrificarse en nombre de su país. Se pone en evidencia, entonces, que no es propiamente a la población a quien se protege sino que esta se sacrifica por la imagen de la nación. Así, en el cálculo del riesgo, hay unas vidas que pesan más que otras. La clase trabajadora y los animales, por ejemplo, resultan más sacrificables que los hombres poderosos. Asimismo, en el caso de Hidroituango, con el fin de completar el proyecto se pone en riesgo la vida de poblaciones y ecosistemas enteros.
Como el resto de información, el cálculo de riesgo se hace también a puerta cerrada. De nuevo, es un conocimiento que le pertenece a unos pocos, que son quienes tomarán las decisiones importantes. Chernobyl pone de manifiesto el componente político del discurso científico y muestra cómo uno no puede estar separado del otro.
Durante su investigación, Legásov debe trabajar con Borís Scherbina, vicepresidente del Concejo de Ministros. Scherbina se muestra escéptico en un principio ante los consejos de Legásov. Insiste en que su trabajo es el del científico y los que toman las decisiones son los políticos como él. Sin embargo, a medida en que avanza la crisis y en que estos dos personajes se hacen amigos, ciencia y política dejan de concebirse como dos disciplinas separadas. Al final, además de lograr mitigar los daños de lo que sería una de las catástrofes más grandes de la historia, la unión entre ciencia y política forja el último acto de resistencia contra el poder: dice la verdad.