Beatificación y condena en Emilia Pérez

Emilia Pérez, el musical de Jacques Audiard, tuvo dos momentos de recepción: primero ganó premios, se estrenó en festivales y fue nominadísima; luego llegó a los cines y el público latinoamericano la vilipendió. ¿Quién tiene razón?

Juliana Rodríguez Pabón
7 min read4 days ago

*Por si acaso: en los dos últimos párrafos de este texto revelo el final.

Es muy difícil, por esta época del año — es decir, durante la temporada de premios — , ver una película sin saber cómo ha sido recibida. Antes incluso de ver el tráiler, ya una ha leído y visto todo lo que hay por leer y ver sobre la película. Los premios que no son de festival — los Globo de Oro y los Óscar, por ejemplo — tienen lugar cuando ya las películas han sido estrenadas en salas así que promueven discusiones entre el público. Esto hace que se armen bandos. Aunque una no quiera, una ya sabe más o menos a qué bando pertenece: una sabe que si le gustó a noséquién, a una no le va a gustar; o que si noséquién la criticó, entonces a mí sí me gusta.

Las últimas décadas estos bandos han sido ideológicos. Desde hace ya unos años no se critica las películas sino que se las juzga. Es decir, no se comenta sobre ellas si son buenas o malas sino si estuvo «bien» o «mal» hacerlas. Así que más que ideológicos, estos son más bien bandos morales. Los criterios de inclusión y de representación se han tomado las conversaciones sobre películas. Son temas importantes, por supuesto. Y si una película es misógina, por ejemplo, hay que señalarlo. Pero desde hace un rato ya no se habla de lo que la película me hizo sentir o pensar sino del punto que quiso demostrar. Y de si estoy de acuerdo o no con ese punto. Aburrida de todo esto y a la vez influenciada por ello, vi Emilia Pérez lista para odiarla.

Una abogada menospreciada que se dedica a causas innobles acepta el trabajo que le propone Manitas, un reconocido narco. Manitas quiere fingir su muerte para renacer como una mujer. El trabajo de Rita, la abogada (interpretada por Zoe Saldaña), será gestionar el cambio de sexo y la huida de su familia. Después de unos años, Manitas, ahora Emilia Pérez (interpretada por Karla Sofía Gascón), busca a Rita con una nueva misión: quiere volver a México y vivir con sus hijos bajo la figura de una tía lejana. Ya en México, Emilia, consciente de la violencia de la que Manitas fue responsable, monta una fundación para encontrar a los desaparecidos por el narco.

La película, entonces, toca varios temas sensibles: la desaparición forzada, la representación de México, la violencia del narco, la experiencia trans. Las críticas que he leído se han volcado a la discusión sobre si la película es fiel a la realidad: que las actrices hablan con otro acento, que la cirugía no es así, que no fue rodada en México. Falta no más que la critiquen porque en México las personas no empiezan a cantar espontáneamente y a hacer coreografías por las calles. Hemos perdido de vista el pacto implícito que tenemos con el cine: es otro mundo. Los musicales no quieren ser verosímiles, buscan otra cosa que, por supuesto, no pasa en la vida diaria. Nunca he visto, además, al público francés ofendido por como los retratan las películas gringas. Es justamente eso lo que las películas (se entiende que las de ficción) hacen: que Francia sea Nueva York, que México sea la Florida, que el espacio exterior sea un estudio en Los Ángeles.

Toda esta discusión de la correcta representación — que en todo caso me parece muy interesante — ha sido útil para evitar hablar de lo que verdaderamente ocurre en la película: una transformación. Sabemos, por una conversación de Emilia con Jessi, la esposa de Manitas (interpretada por Selena Gómez), que Manitas había sido un hombre furioso y violento. Así, después de sus cirugías, no solo se despierta en un cuerpo nuevo sino como una persona nueva. Emilia Pérez se pregunta verdaderamente qué hace el cambio de sexo en alguien, ¿qué cambia con el cuerpo?, ¿qué permanece?

Al volver a México, Emilia decide que quiere, de algún modo, reparar el daño que hizo Manitas. Funda una organización que ayuda a las madres buscadoras a encontrar a sus hijos desaparecidos. Para esto, se vale de sus contactos con el hampa, visita las cárceles, llama a los políticos corruptos. Se vuelve una figura pública que sale en las noticias y organiza galas de recaudación de fondos. ¿Es que acaso que las mujeres somo innatamente bondadosas?, ¿volverse mujer la hizo buena?

Me hacía estas preguntas mientras veía al personaje pasar de villano a heroína. Cada vez que estaba a punto de ofenderme por el estereotipo de mujer bondadosa, salía Zoe Saldaña en la pantalla. Emilia no es la única mujer transformada. Rita es una abogada de poca monta con un doctorado que se dedica a sacar a maltratadores de mujeres de la cárcel que se vuelve la abogada de un narco que se vuelve una defensora de derechos humanos. La vemos disfrutar del lujo y la posición que le ha dado el dinero mal habido y la vemos también proteger a los hijos de su amiga y cuidar de ellos. No entendemos muy bien quién es ella, por qué hace lo que hace. Los personajes de Emilia Pérez no son «buenos» y «malos», tal vez eso es lo que ha incomodado al público latinoamericano, que aún está escarbando en las maneras de contar su historia.

Es cierto que Emilia Pérez plantea una transformación abrupta: no vemos a Manitas pensar en lo que hizo ni sensibilizarse ante las víctimas de su violencia. Simplemente despierta un día con un nuevo nombre y una consciencia. Sin embargo, creo que el simple planteamiento de una posible redención es atrevido, audaz y necesario hoy. Al tiempo en que se juzgan las películas según los esquemas morales e ideológicos de cada quien, se condena también la posibilidad de redimir a quien ha sido violento y esto es lo que ofendió a muchos. Como en algunas películas, hemos exigido en nuestros ejercicios de memoria — en la realidad y en la ficción — que el malo sea siempre malo. Pero ¿realmente queremos que nadie cambie?, ¿queremos que el macho permanezca macho para así poder castigarlo? Esta historia se imagina un verdadero cambio de carácter, ¿no es esa la fantasía que deberíamos tener?, ¿la del verdadero tránsito?

Tal vez la película falla en mostrar ese cambio, simplemente nos lo manda a la cara sin explicar; pero no ha sido este aspecto el que ha sido tan duramente criticado en los medios. Lo que ha molestado es la representación misma de ese cambio: nos incomodó que intentaran hacernos querer al que fue violento. La película juguetea con la idea de que la víctima pueda ser amiga del victimario transformado, o pueda incluso enamorarse. Entiendo que es ahí cuando Emilia Pérez se mete en problemas. Y sin embargo, su mirada me parece una de esperanza: imagina una posibilidad de redención en la transformación de sus personajes.

Con todo, la película no nos regala un final feliz. Jessi está enamorada y se lo cuenta a Emilia, de quien se ha vuelto amiga. Se va a casar y a mudarse con su marido y sus hijos a una mansión en Polanco. Emilia, al ver que la alejarán de sus hijos, vuelve a ser violenta. Le grita a Jessi, la empuja y manda a sus matones a golpear a su novio. En esta escena volvemos a ver a Manitas, la película reconoce que hay un rastro de ese pasado en la mujer transformada. Aunque imagina la posibilidad de una redención, reconoce las huellas de la violencia, no es ingenua. Su protagonista es tanto la mujer caritativa como el hombre furioso. Aunque así lo habría querido Emilia, Manitas no ha muerto. Es un personaje complejo, distinto a los personajes trans de tantas películas comerciales: villanos atroces o tías bonachonas. No quiero decir con esto que esta ambivalencia sea propia de quienes han realizado un tránsito. Ya he dicho antes que en Rita conviven también «el bien» y «el mal». Es, más bien, una complejidad propia de quien se ha transformado de alguna manera, de quien alberga lo que fue y lo que quiere ser.

Me habría gustado que, tras la escena del rastro viril, Jessi reconociera a su marido, pero en cambio se vuelve violenta ella también. Más que comentar la muerte de Emilia, me interesa el otro final: la mujer de la que se ha enamorado organiza en su honor una procesión que canta. Se alza entre la gente una imagen como de una virgen, es Emilia Pérez. La película acaba con esta ironía: lo último que vimos de Emilia fue su violencia y aún así se levanta una procesión que la santifica. Allí, en el discurso de la memoria, no existen Manitas y Emilia al tiempo. En la expresión popular existe solo la santa. En esta película, la beatificación y la condena son dos caras de lo mismo, ninguna concibe que ambas personas hubieran sido la misma. No dejan lugar al conflicto. Este solo es posible en vida, en el cuerpo transformado.

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Juliana Rodríguez Pabón
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Written by Juliana Rodríguez Pabón

Escribo de películas y series. No me paro del sofá.

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