4 madres: del terror a la ternura
Cuatro estrenos de este año reflexionan sobre la maternidad. “Lamb”, “La hija oscura”, “Madres paralelas” y “Petite maman” van del terror a la ternura cuando rodean y le dan vueltas a la idea de ser madre. Este es un tema que, como se verá, es trasversal a los géneros cinematográficos.
Estas cuatro películas no parecen tener mucho que ver. Una es de terror, otra es de suspenso, la tercera es un melodrama a veces cómico y la última es un drama enternecedor. Además de haberlas visto todas el mismo mes, no me parecía que hubiera un hilo entre ellas. Acá intento dibujarlo.
Lamb
Lamb es la primera película del director islandés Valdimar Johannsson. En ella, una pareja sin hijos en el campo de Islandia se dedica a criar ovejas. Las primeras secuencias de la película nos muestran su cotidianidad: las alimentan, las limpian, asisten sus partos. Aunque la pareja no tiene una relación especialmente maternal con ellas, la crianza de ovejas se presenta como una primera maternidad en el primer acto de la película: “criar” es lo que hacen las madres y lo que hacen quienes crían animales (aunque estos segundos lo hagan por su utilidad económica).
Las conversaciones que tiene la pareja al principio de la película dejan sugerido que han perdido a una hija, así que hay en este primer acto una segunda maternidad no cumplida: la de la hija perdida.
Un día, una oveja da a luz a un cordero especial. La pareja decide llevarlo a casa con ellos y criarlo como si fuera su hija. La mujer y el hombre están entusiasmados ante la ilusión de formar, ahora sí, una familia. La crianza de animales se opone en el segundo acto de la película a la maternidad. Así, el mundo en la granja empieza a dividirse entre animales y humanos: de un lado está el establo y del otro la casa.
La pareja cría al cordero como criarían a una hija humana y le dan el nombre de Ada. La oveja madre de Ada bala todos los días a la ventana en la que está su cuna. El reclamo de la madre animal empieza a molestar a la madre humana, quien considera su pérdida (la de la primera Ada, la humana) más importante que la de la madre oveja. Hay, pues, un enfrentamiento entre ambas madres. Acá, la maternidad es concebida por la madre humana como un reclamo de posesión del otro (de la hija), parecida a la crianza de ganado, en la que se cuida a los animales solo para poseerlos.
¿De quién debería ser, pues, este cordero? La formación de la familia humana se presenta como el secuestro y la destrucción del cuidado animal. En Lamb, la adopción de Ada es el punto de tensión entre los animales y la pareja humana que los cría, pues es una maternidad que la (madre) naturaleza no admite. Las ovejas son el terror vigilante de la película: sus balidos, su mirada fija y su quietud son los elementos que marcan el ritmo y que atemorizan a la familia. Y sin embargo, no es fácil afirmar que las ovejas son las villanas.
(Para enredar más este nudo, Johannsson llama a su protagonista María, quien, sabemos, es la madre del cordero de Dios. Sin embargo, esta nueva María, la madre humana de Ada, aparta al cordero de su rebaño, lo desvía. Y es castigada por ello).
La hija oscura
Esta película es también debut de su directora, la actriz Maggie Gyllenhaal. En ella, Leda, una mujer mayor interpretada por Olivia Colman, va de vacaciones de verano a la playa. Allí, conoce a una madre joven y a su niña, lo que despierta en ella recuerdos de su maternidad temprana. La trama se cuenta en dos tiempos: las vacaciones de Leda y su relación con la joven madre, y Leda como madre joven.
En ambas líneas narrativas, vemos escenas en las que Leda conversa con hombres que han abandonado a sus hijos. En un principio, creemos que la protagonista juzgará a estos hombres por dejar a sus hijos con sus madres. Ellos (uno es un mochilero y el otro trabaja en la playa en la que Leda vacaciona) son aventureros, su relato no es el del abandono sino el de la libertad. Este relato se le presenta a la Leda joven, cansada de la maternidad, como una posibilidad.
Sabemos que la Leda mayor guarda un secreto, pues es esquiva cada vez que la madre joven, Nina, le pregunta por sus hijas. Este secreto, que luego Leda le confiesa a Nina, es el secreto de una mala madre. Mucho se ha dicho de cómo esta película cuestiona la idealización de la maternidad y sí que lo hace: vemos escenas en las que las madres jóvenes (la Leda del pasado y también Nina) pierden la paciencia con sus hijas, se sienten abatidas y cansadas, a veces las odian y las miran con rabia.
Y, sin embargo, creo que la película va más allá del simple cuestionamiento de la maternidad como una situación ideal. En La hija oscura, que realmente debería traducirse como “La hija perdida”, las mujeres no pueden abandonar a sus hijas. No solo por la sanción social, que , dicho sea de paso, no reciben los hombres aventureros que Leda conoce; sino por el vínculo que tienen las madres con sus hijas. Este vínculo es presentado en la película como algo misterioso, incluso es el motor del suspenso, anunciado como una tragedia con símbolos de una fertilidad afectada: la muñeca perdida y acabada, la fruta podrida, la lectura interrumpida, el vientre herido. Así, acá no solo se deja de idealizar la maternidad sino que se la concibe como una prisión para las protagonistas de la película. Son presas de ese vínculo.
Madres paralelas
En la última película de Pedro Almodóvar también hay un encuentro entre una madre adulta y una joven, pero en este caso ambas son primerizas. La película empieza con la pregunta sobre el origen: Janis, la protagonista, habla con un antropólogo forense para que este gestione una excavación de una fosa común. Janis está segura de que allí yace su abuelo, quien fue asesinado por los falangistas durante la guerra. Durante las primeras secuencias, pareciera que la película va a ser sobre la excavación, pero la historia da un giro rápidamente: de la pregunta de Janis por su origen, una hija es concebida.
Arturo, el antropólogo y padre de la hija que espera Janis, es casado y será un padre ausente/presente durante toda la película. A Janis esto no le importa mucho, pues está decidida a tener a su hija aún sin la participación de Arturo en la crianza. Este tema será recurrente: los padres son el vacío de la identidad en el que reposan todas las preguntas.
Ese es, por ejemplo, el caso de Ana, una chica joven que da a luz el mismo día que Janis y con la que ella establecerá una relación a ratos maternal, a ratos amistosa, a ratos extraña. Ana, a diferencia de Janis, no está entusiasmada con su embarazo, le asusta la maternidad y su madre no la apoya lo suficiente. La madre de Ana es poco maternal, es fría y está completamente concentrada en su carrera profesional (en todo esto se parece a Leda, la protagonista de La hija oscura). El padre de Ana solo aparece fuera de pantalla: de vez en cuando una llamada telefónica, pero nada más. De nuevo: la paternidad como un vacío. En cuanto al padre de la hija de Ana, sabemos hasta casi el final quién es, pues Ana no le da ninguna importancia y parece no estar interesada en que él participe en la crianza de su hija. Así, vemos en la película solo linajes femeninos: madres e hijas. Algunas entusiasmadas, otras no tanto, otras medio ausentes e indiferentes; pero ninguna por fuera de pantalla, como sí están los padres.
A los meses de haber dado a luz, Janis empieza a notar que su hija no se parece a Arturo. Se lo dice a una amiga de ella y esta le responde: “se parecerá a tu padre”. Así, sabemos que Janis tampoco sabe quién es su padre y las únicas noticias que tiene de él son los relatos de su abuela, quien le dijo que era venezolano, lo que explicaría los rasgos de su hija. Así es como, ante la duda, la paternidad ausente, el vacío, es una solución sencilla en la que depositar las preguntas.
Sin embargo, lo sabemos desde el principio, para Janis es importante la pregunta sobre el origen, así que investiga un poco más. Y es así como las vidas de estas dos madres paralelas se anudan irremediablemente. En una conversación, Janis le dice a Ana que debería averiguar en dónde estaban sus padres y sus abuelos durante la guerra, de qué lado estuvieron. Esta curiosidad que para Janis es un principio ético es lo que atraviesa la película y lo que une las dos tramas: una sobre la maternidad y otra sobre la excavación. A las pocas escenas de esta conversación, Ana, que ha entendido lo que Janis quería decirle, le confiesa a su amiga quién es el padre de su hija.
Almodóvar hace con la trama de este melodrama un nudo muy difícil de desenredar, así que ningún final podría ser del todo satisfactorio, pues el director decide dejar a estas madres enredadas. Al final, la película retoma su tinte político (y con este vuelco nos deja ver que todo lo anterior también lo era): se abre la fosa común. En la última escena vemos a Janis de cara a la fosa abierta como un vientre en el que caben todos los que la rodean. Esta verdad la desborda, como antes ha pasado con las otras verdades reveladas en la película, pero también la abraza.
Petit maman
La última película de Céline Sciamma es una completa maravilla. En ella, una madre y su hija deben volver a la casa de la infancia de la madre a raíz de la muerte de la abuela. De nuevo, un interés por el linaje femenino. Niña y madre vuelven al vientre que es la casa materna a recoger los restos de la infancia de la madre. Allí, la niña fantasea con saber más de la infancia de su madre y tiene un deseo de hacerla feliz ahora que está triste por la muerte de la abuela. La directora, entonces, hace realidad las fantasías de esta niña.
Un día, Nelly, la hija, despierta para desayunar y su padre le dice que Marion, su madre, se ha ido y que ellos deben deben terminar de vaciar la casa de la abuela. Nelly entonces sale a jugar al bosque y allí se encuentra con una niña de su edad muy parecida a ella. Se presentan, la otra niña se llama Marion. Así es que Nelly se hace amiga de la niña que su madre alguna vez fue.
Madre e hija son niñas durante el grueso de la película y en esa infantilización no hay una rebaja sino, al contrario, una seriedad especial que sucede en el juego. Juntas construyen una casita con ramas de árboles en el bosque que les da abrigo y juntas juegan al teatro. Hay una consciencia en ambas niñas de la importancia de su encuentro y una aceptación amistosa de su realidad, que es difícil de creer. Petite maman propone una circularidad del linaje femenino: la madre aprende de la hija y la hija de la madre, no hay una linealidad ni una jerarquía. Hay juego y hay conversaciones. Las dos niñas, de hecho, son interpretadas por Joséphine y Grabielle Sanz, dos hermanas. Así, hay una relación casi fraternal entre madre e hija.
Cuando se conocen, Marion se da cuenta de que su nueva amiga se llama como su madre. Abuela e hija se llaman Nelly. Distinta de la linealidad del apellido paterno, la herencia del primer nombre en homenaje a una madre es circular y se siente en esta película más como un reconocimiento que como una imposición.
El último encuentro de las dos niñas (y la única escena con música) sucede en el lago que rodea el bosque en el que se han encontrado todos los días. Allí, entran a una especie de pirámide que las resguarda de la misma forma en que antes lo han hecho la casa materna y la casita del bosque. Al final, madre e hija se reconocen y llaman a la otra por su nombre. Y se abrazan.